martes, 24 de noviembre de 2009

El enfoque: democracia o barbarie


Natalia Brite, Diego Ghersi, Diego Hernán Córdoba y Germán Gonaldi

(APM).- Hace poco más de una década, América Latina comenzó a recorrer un camino que tiende, al menos, a desandar las premisas fundantes del modelo neoliberal. Emergen gestiones de gobierno que podríamos enmarcar en el terreno político-ideológico de este principio del siglo como "progresistas" o "neopopulismos", más allá de las connotaciones que estos términos tuvieron en otros momentos históricos.

El actual escenario se desarrolla en un particular contexto geopolítico, definido por el imperio del sistema capitalista y sus consecuentes crisis, las que ameritan un poco de historia.

Después del "crack" de 1929, el liberalismo económico y político dio paso a dos opciones que anidaron al interior del modelo capitalista. Así se extendió hasta los setenta una respuesta eficaz, el llamado "Estado de bienestar" desde la teoría económica "keynesiana"; y una respuesta reaccionaria, el gran estado totalitario signado por el nazi-fascismo. En ambos casos, la idea fue darle mayor intervención al Estado en la administración económica, y se minimizó la máxima de que el mercado podía regular y ordenar por sí mismo.

A partir de mediados de los ‘70 la ola neoliberal -hoy puesta bajo sospecha- se inició con la caída del Estado de bienestar y en nuestra región se impuso a sangre y fuego con las dictaduras cívico-militares organizadas desde el centro imperial.

Una vez comenzado el proceso de recuperación institucional-democrática, en América del Sur se reabre el debate acerca de la necesidad de Estados fuertes que pongan las reglas de juego y definan de manera soberana sus acciones político-económicas: ¿Neopopulismos? ¿neokeynesianismo? ¿Progresismo?

Como sea, hoy la región ensaya una respuesta propia: la Cuba revolucionaria en su etapa actual, la Venezuela bolivariana, el Ecuador de la revolución ciudadana, la Bolivia plurinacional de Evo Morales, la Nicaragua del nuevo sandinismo.

Los pueblos encarnados en esos proyectos tienen mucho que decir en cuanto a alternativas al capitalismo globalizado. El Uruguay frenteamplista, la Argentina de la recomposición kirchnerista, el Chile de la Concertación, el Brasil del obrero-presidente Lula Da Silva, son también ejemplos, con diferentes grados de definiciones y avances, que acompañan esta rearticulación de signo progresista en América Latina.

Varios de los actores que hemos mencionado se enfrentan a procesos eleccionarios que pondrán en juego el afianzamiento de esta senda novedosa emprendida en los últimos años. Al resto de los países no les resulta ajeno este escenario.

Tiene especial relevancia que se mantengan en el poder los dirigentes y los proyectos que, con sus diferencias, han aportado a estos nuevos aires latinoamericanos. Eventuales triunfos electorales de las derechas conservadoras y restauradoras implicarían significativos retrocesos.

De mantenerse en las esferas del poder, los gobiernos populares pueden elevar la voz de América Latina en favor de una salida progresista y democrática a la crisis.

Si actúa como bloque, nuestra región puede ser un contrapeso a las voces de los centros dominantes, que priorizan resoluciones de ajuste y redefiniciones por derecha. Para que ello suceda es indispensable que en los inminentes escenarios electorales se impongan las fuerzas que en Bolivia, en Uruguay y en el mismo Chile vienen gobernando.

Los países que, desde sus cercanías a la estrategia de Estados Unidos, mantienen una postura de mayor enfrentamiento con sus pares latinoamericanos, son justamente aquellos cuyo sello político no se ha distanciado del neoliberalismo dependiente. Los actuales gobiernos de Colombia y Perú son claros ejemplos de la alternativa por derecha para el actual tablero regional.

La integración para la defensa aparece como un claro desafío ante la nueva importancia que el imperio le atribuye a la cuestión latinoamericana. La administración responsable y soberana de nuestros recursos naturales exige una fuerte respuesta en sintonía con la profundización de los procesos progresistas de la región.

En un futuro no muy lejano, en el que agua será un bien aun más escaso, la protección y racionalización de los recursos del Acuífero Guaraní, por ejemplo, o de los glaciares asociados a la zona cordillerana exigirán acciones conjuntas de defensa. Lo mismo puede afirmarse en relación a la gran área amazónica.

Se impone una respuesta integracionista contra la injerencia externa que pretende hacer pié en nuestros países. Ante el riesgo de triunfos conservadores en los próximos procesos electorales en la región, ensayemos un ejemplo de la situación inversa: ¿Un avance progresista en Colombia implicaría continuar con la instalación de bases militares estadounidenses? Probablemente no, y se evitaría entonces el choque al interior de sub continente, como el que está latente entre Bogotá y Caracas.

Es por esto que, más allá de la profundidad y especificidad de los cambios experimentados al interior de los diferentes países de la región, hoy la política exterior resulta decisiva en el análisis de las gestiones nacionales.

La llegada de gobiernos que se alejan de la retórica neoliberal con sede central en Washington, resultó también una marcada política de integración. El marco ha sido el entendimiento de que sólo insertos en una profunda articulación regional podrán ser viables los proyectos nacionales que emerjan de una crítica al consenso neoliberal y avancen hacia un contrato social de nuevo tipo.

Las violentas actitudes de la reacción conservadora ponen en peligro lo alcanzado. Los intereses económicos más concentrados y las derechas políticas locales construyen su articulación, su contraofensiva, y lo hacen con base en las estrategias estadounidenses: organizan golpes de Estado, como en Honduras, y climas destituyentes y escenarios políticos favorables a una eventual restauración conservadora, como en Argentina y Bolivia.

Un triunfo electoral de la oposición derechista en Chile, Uruguay o Bolivia representaría mucho más que un cambio de signo político en tal o cual país. Implicaría un gran retroceso histórico en el proceso regional, un golpe certero a los instrumentos antihegemónicos más eficaces: la solidaridad democrática, la soberanía política y la integración latinoamericana como ideas fuerza para la puja que desata el nuevo escenario mundial.

Evo Morales va por una nueva hegemonía

Frente a una oposición dividida, desorientada e impotente, el Movimiento al Socialismo (MAS) busca su reelección en las elecciones de diciembre. El triunfo del oficialismo consolidaría una nueva hegemonía, para reparar las injusticias sociales acumuladas en 500 años de historia.

Si hay algo que no puede discutirse es la legitimidad popular del actual gobierno boliviano encabezado por el presidente Evo Morales: he ahí su gran fuerza, la única que vale.

En cuatro años de gestión, el mandatario se ha sometido a igual número de consultas y sondeos, comenzando por la que lo llevara al poder -en diciembre de 2005-, cuando por primera vez un candidato lograba imponerse con más del 50 por ciento de aceptación.

Casi tres años después, arriesgando su gestión en un Referéndum Revocatorio -la valentía del presidente se cobra en factura aparte- , Morales superaba el 67 por ciento de respaldo popular.

El mandatario boliviano arrasa cuando se somete a las urnas y eso sepulta los intentos opositores de asimilar su imagen a la de un dictadorzuelo autoritario.

La otra gran crítica con pretensiones deslegitimantes de una oposición desorientada y fragmentada -el fraude electoral- acaba de ser borrada del mapa por una talentosa iniciativa del presidente: la implementación del Padrón Nacional Electoral.

El nuevo instrumento se basa en un registro biométrico de los votantes, que incorpora datos referidos a la identidad de la persona y las combina con una foto digital; huellas dactilares y firma.

Desde su aprobación el 14 de abril de 2009, el órgano electoral boliviano ha registrado a casi 5 millones de personas -incluyendo a 170 mil residentes bolivianos en el extranjero- y ha posibilitado la incorporación de pobladores rurales antes olvidados, mediante una campaña que utilizó unidades móviles de empadronamiento.

En resumen, el Padrón Biométrico ha permitido engrosar las nóminas electorales con un millón y medio más de votantes respecto de la última elección -referéndum constitucional de enero de 2009- y ha destrozado cualquier intento de apelar al fraude como argumento descalificador.

Y si faltaba algo para dar lustre a la iniciativa presidencial, funcionarios gubernamentales de Argentina y de Chile manifestaron el interés por repetir el modelo de empadronamiento biométrico en sus respectivos países.

La destrucción de los principales argumentos opositores, sumado a su pobreza franciscana para formular propuestas que no los asocien con lo más repugnante del neoliberalismo, explican que los sondeos privados otorguen al actual mandatario una preferencia electoral superior al 50 por ciento con una ventaja que oscila entre los 25 y 30 puntos porcentuales sobre sus competidores.

Y como las leyes bolivianas estipulan que si un candidato supera el 40 por ciento -con más de un 10 por ciento de ventaja sobre el segundo- evita la segunda vuelta, la fórmula oficial Morales- Linera tendría el camino allanado hacia un segundo mandato.

Esa situación de desventaja previa casi invisibiliza a los candidatos opositores Manfred Reyes Villa, de Plan Progreso para Bolivia Convergencia Nacional (PPB-CN); Samuel Doria Medina, de Unidad Nacional (UN), y René Joaquino, de la Alianza Social (AS), quienes no han podido -o no han sabido- consolidar un partido único que les permita competir más dignamente.

La violencia preelectoral acompaña la impotencia. Así, el jueves 12 de noviembre, un grupo atacó el sitio dónde se preparaba un acto proselitista a favor de Evo Morales y dónde el principal orador sería el vicepresidente García Linera.

En el lugar, emplazado cerca de la pública Universidad Gabriel René Moreno, en el centro de Santa Cruz de la Sierra, quedaron heridos y destrozos que obligaron a la suspensión del evento.

La candidata a senadora nacional Gabriela Montaño (MAS) responsabilizó por los hechos a adherentes de su homólogo por Santa Cruz, Germán Antelo (PP) -respalda la candidatura presidencial de Manfred Reyes Villa-. Esos hechos retrotrajeron al clima político reinante en Santa Cruz en setiembre de 2008, cuando se produjo el intento de golpe de Estado cívico prefectural.

La innegable ventaja de Evo Morales provocó que la pugna electoral se centre en la elección legislativa, dónde están en juego las bancas de 130 diputados y 36 senadores.

Si una oposición significativa, el gobierno hizo una firme apuesta para tenerlo todo. Pretende obtener el mayor porcentaje posible en la votación nacional, controlar al Senado y la Asamblea "plurinacional", ganar en primera vuelta y herir de muerte a la "Media Luna" -departamentos del oriente rico convertido en el núcleo de la oposición al gobierno central- hoy en su peor momento político.

En ese marco de lucha, las actividades de Evo Morales y del opositor Manfred Reyes Villa difieren notablemente.

En efecto, mientras Morales trata de convencer a sectores de la clase media de la necesidad de industrializar los recursos naturales ya nacionalizados por su gobierno, Reyes Villa intenta desesperadamente de desligarse de los vínculos que forjara con la dictadura militar que gobernó Bolivia entre julio de 1980 y agosto del año siguiente.

En realidad, las próximas elecciones bolivianas marcan una transición histórica entre una forma de régimen político, que podría llamarse "democracia de derecho", y otro definido constitucionalmente como "plurinacional", asentado en las Naciones Originarias, cuyo modelo podría asumir el nombre de "democracia consensual" que, constitucionalizada, reemplazará al espíritu neoliberal de la anterior Constitución.

La nueva institucionalidad estatal de carácter plurinacional es revolucionaria por cuanto otorga el ejercicio del poder a las clases históricamente más postergadas del país, organizadas hoy comunitariamente y sustentadas desde lo económico por un modelo que procura el reparto igualitario de la riqueza entre todos los bolivianos.

Se trata entonces no sólo de retener el gobierno sino de obtener la totalidad del poder que permita ejecutar a Morales un programa de gobierno para los próximos 50 años. Nótese que plantear a largo plazo modelos de país es una cualidad inherente de las grandes naciones de la Tierra: China y Estados Unidos -o Inglaterra-, que así intentan proceder desde siempre. La diferencia de esos proyectos respecto del que encabeza Morales consiste en que, éste último, no presupone la explotación de pueblo alguno.

La intención de comenzar un régimen político más justo, a partir de un nuevo reparto de poder, es lo que verdaderamente ocupa el tablero de las elecciones de diciembre próximo. Ese nuevo régimen no busca otra cosa que la construcción de una nueva hegemonía.

Uruguay profundiza los cambios o vuelve al neoliberalismo

En 1996 Uruguay aprobó una reforma constitucional que modificó algunas reglas de su sistema electoral. Ese retoque generó cambios en las pautas de comportamiento de los políticos y votantes, dado que impuso lógicas de acción diferentes a las conocidas hasta ese momento.

En 1999 se llegó al "ballotage" o segunda vuelta entre quien finalmente resultó electo, Jorge Batlle, del Partido Colorado (en la primera había alcanzado un 31 por ciento de los votos) frente a Tabaré Vázquez (en la primera el 39 por ciento).

En las elección de 2004, en primera vuelta ganó Tabaré Vázquez por el Frente Amplio (FA), obteniendo un 51 por ciento de los votos. En estas elecciones para el periodo 2010 - 2015 se definirá por ballotage entre José "Pepe" Mujica, por el FA, quien obtuvo el 47,5 por ciento de los votos, y Luís Alberto Lacalle, del Partido Nacional (28,5 por ciento en primera).

Por segunda vez en su historia Uruguay define a su presidente en dos turnos electorales. La incógnita reside en cómo elegirá esta vez el pueblo uruguayo, toda vez que se trata de la continuidad o no de un proyecto de centro izquierda, llegado por primera vez al poder con el mandato de Tabaré Vázquez.

Si bien a lo largo de los últimos 20 años el actual oficialismo ha venido sumando en cada elección a casi un 10 por ciento del total del electorado, en la reciente compulsa su candidato no alcanzó el 50 por ciento de los votos.

Lacalle anuncio su alianza con el también opositor Pedro Bordaberry, hijo del ex dictador Juan Bordaberry (1973-1976), del Partido Colorado. De esa forma, el 17 por ciento de los votos que recibió este último candidato llevarían al Partido Nacional a recaudar el 46 por ciento de los votos, casi los mimos guarismos que logré el Frente Amplio en la primera vuelta.

A pesar de las controversias sobre el primer gobierno del Frente Amplio y su consecuencia o no con los históricos planteamientos de la izquierda uruguaya -veto presidencial de la Ley de Interrupción del Embarazo y coqueteos con el ex presidente de los Estados Unidos George W. Bush, por ejemplo-, Mujica se posiciona como un mandatario diferente a Vázquez: no se deja llevar por los protocolos, perteneció al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, estuvo 14 años preso, durante la dictadura, y reivindica su origen humilde.

Mujica se define como "un veterano, un viejo que tiene unos cuantos años de cárcel, de tiros en el lomo, un tipo que se ha equivocado mucho, como su generación; medio terco, porfiado, y que trata, hasta donde puede, de ser coherente con lo que piensa, todos los días del año y todos los años de la vida. Y que se siente muy feliz, entre otras razones, por contribuir a representar humildemente a quienes no están, y deberían estar".

Algunas de las propuesta del candidato del Frente Amplio son el resurgimiento de los bancos estatales, para minimizar el accionar de la banca privada, y la necesidad de fortalecer el MERCOSUR.

Lacalle fue presidente entre 1990 y 1995, ocasión en la que desplegó una clara política neoliberal. Forzó la aprobación de la Ley de Empresas Públicas, cuyo eje consistió en el desmantelamiento del Estado.

Asimismo, transfirió el Banco Comercial a cuatro instituciones del exterior y privatizó el Banco Pan de Azúcar en 1995, cuyo proceso culminó con una causa penal en la que se condenó al ministro de Economía, Enrique Braga.

Para estos comicios, Lacalle propone la derogación de algunos impuestos, control de gastos públicos y reforma del sistema de seguridad, con más efectivos en la calle y la disminución en la edad de imputabilidad de los menores. En política exterior, propone un MERCOSUR sólo comercial y se manifestó en contra de UNASUR.

El 29 de noviembre próximo el pueblo uruguayo deberá optar entre un gobierno que promete profundizar el programa progresista del Frente Amplio u otro que pretende regresar al neoliberalismo.

Chile, girar a la izquierda para evitar el retroceso

Chile es uno de los países de América Latina en que los analistas de todas las tendencias políticas tratan de ubicarlos más cercano a las ideas propias que a los de su rival. Por un lado, los de izquierda reivindican el origen progresista de la coalición gobernante desde hace 20 años, ciertos reducción de la pobreza y sus buenas relaciones con gobiernos como el de Brasil, Argentina y Bolivia. Por otro, los conservadores hablan del manejo ortodoxo de la economía, los tratados de libre comercio firmados con Estados Unidos y otras potencias y por último los del centro ideológico dicen que es una nación estable y confiable para el resto del mundo.

También desde los mismos sectores hay críticas por diestra y siniestra hacia el sistema político económico, lo cual hace difícil ubicarlo en un lugar determinado. Aun así Chile es considerado un país modelo para los grandes sectores de poder mundial.

Todas estas contradictorias características se reflejan de alguna manera en las elecciones que se desarrollarán el 12 de diciembre, primera vez que la Concertación -la alianza de gobierno- ve en peligro sus continuidad en el Palacio La Moneda por otros 4 años.

Es que la derecha chilena ha logrado unirse y presentar a un candidato que los representa fielmente, se trata del multimillonario empresario Sebastián Piñera, por la Coalición por el Cambio una alianza entre la Unión Democrática Independiente y Renovación Nacional.

Del otro lado hay tres candidatos, con similitudes partidarias pero que compiten en forma separada. Por el oficialismo vuelve a presentarse Eduardo Frei, ex presidente entre 1994 y 2000 que proviene del sector demócrata cristiano que integra la Concertación.

Frei no ha sabido aprovechar para su candidatura la gran imagen positiva con la que se irá la presidenta Michele Bachelet y esta ha sido una falla de la alianza, al no conseguir otro personaje con más proyección en la ciudadanía que el democristiano.

Marcos Enriquez Ominami, presenta una candidatura independiente que ha ganado adeptos gracias a su estilo desacartonado y su distancia tanto del gobierno como de la derecha. Hijo de un dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) muerto por la dictadura del general Pinochet en los años 70, el ex diputado socialista ha sabido ubicarse como un candidato potable para los desencantados de la Concertación.

De solo 36 años, Enríquez Ominami tiene una imagen adecuada a los cánones actuales, muy amigable con las nuevas tecnologías y con los medios de comunicación, lo que muchos asocian a una nueva forma de hacer política y otros a una candidatura funcional a la derecha. Ominami habla de cambio, creación de empleo y una de sus lemas es "los jóvenes al poder".

En tanto por el pacto de izquierda Juntos Podemos participa Jorge Arrate, ex ministro en los gobiernos de Salvador Allende (Minería -1972), Patricio Alwin (Educación 1992/94) y Eduardo Frei (Ministro Secretario General de Gobierno y Ministro de Trabajo y Previsión Social 1994/99), quien en el debate televisivo ha sugerido a Enríquez Ominami y Frei consensuar ideas lo que fue interpretado como una propuesta de pactar de cara a la segura segunda vuelta del 17 de enero.

Sin embargo Arrate ha dicho que "en primera vuelta voy a pelear todos los votos de la Concertación; y en segunda vuelta, de no pasar nosotros, lo único que está claro es que la gente que votó por mí no va a votar por Piñera" afirmó y añadió que Ominani "esta siendo utilizado por la derecha" para restarle votos a la Concertación.

La idea que prevalece es cómo derrotar a Piñera en el balotage. Dependerá de los números finales que el dueño de Lan Chile y el club Colo Colo de Fútbol obtenga en el primer round en diciembre, pero lo más seguro es que quienes resulten tercero y cuarto apoyen al que salga segundo; hoy por hoy este puesto se lo disputan Frei y Ominami.

Las encuestas ubican a Piñera con un porcentaje rondando el 40 por ciento, a Frei rondando el 30, Ominami con cerca del 20 por ciento de las preferencias y Arrate con el 2 por ciento.

Pensando en términos latinoamericanos, que gane Piñera no sería una buena noticia para los procesos de integración continentales como la UNASUR, el sólido alineamiento del gobierno de la presidenta Bachelet con Argentina, Brasil, o las buenas relaciones con Evo Morales -un hecho no menor dado el histórico reclamo boliviano por la salida al mar- reflejado en el restableciemiento de relacionas diplomáticas entre ambos países, y ya en un nivel amplio, más cercano a Ecuador y Venezuela que a Colombia.

En tanto que para Chile, un gobierno derechista volvería hacia atrás las tímidas pero consecuentes reformas sociales que ha sabido implementar la Concertación en los años post dictadura y queelevaron el nivel de las clases postergadas, y daría a los militares en la era pinochetista una segura impunidad a sus actos criminales. De hecho Piñera ya les que en su eventual gobierno "no se eternizarán" los procesos judiciales lo que significaría otro retroceso para los derechos humanos.

El escenario lógico post 12 de diciembre sería que los candidatos que queden afuera llamen a sus electores a que votar al de las ideas más afines, o lo que es lo mismo, votar contra la derecha. Pero en el caso de que sea Frei quien llegue a la segunda vuelta, los votantes de Ominami no estarían tan seguros. En el caso contario, de llegar Ominami, se especula que los votos de la Concertación irían para el joven candidato.

Pero antes que ello ocurra, todavía queda mucha tela para cortar. Y nadie se anima a pronosticar un resultado.

Texto: Bolpress
Imagen: Red Voltaire

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