Bajo un sol inclemente que calienta la plaza Pérez Velasco, Juan (nombre ficticio) lustra calzados con afán cerca al mediodía para ganarse algunos pesos para llevar dinero a su casa. Pero Juan no es un ‘lustra’ a tiempo completo, pues es estudiante de la carrera de Arquitectura de la Universidad Pública de El Alto (UPEA).
Juan lleva su tradicional pasamontañas y una gorra descolorida sobre su cabeza, lo que le permite mantenerse en el anonimato y lejos de las miradas indiscretas. Su buzo negro está untado de betún y lleva una chompa azul descolorida.
La suya es una historia de carencias económicas junto a sus padres y sus cuatro hermanos, pero también es una muestra del sacrificio y tesón porque desde sus años de adolescencia trabaja sacándole brillo a los calzados y conjuga con reglas, maquetas y planos en la universidad.
“Salí a trabajar por necesidad como todos. Somos siete personas los miembros de mi familia; mi padre es taxista, mi madre vende algunas cosas, mis hermanos también salen a trabajar, entre todos nos ayudamos. Si yo necesito algo, ellos me dan la mano o viceversa”, expresó.
Desde sus años de adolescencia se independizó económicamente de su familia, por lo que con el dinero que obtiene costea sus estudios, se compra ropa para ir a clases y ayuda a su familia en algunos menesteres.
Pero su apego al dibujo y la pintura viene de colegio. “Siempre me gustó Artes Plásticas, cumplía con todos los trabajos prácticos que nos daban. Ahora en mis planos me gusta reflejar lo que yo pienso, es decir, mi creatividad”, afirmó.
Pero cuando salió bachiller sus sueños se truncaron momentáneamente para continuar sus estudios por falta de recursos económicos. Pero más pudo su decisión de estudiar Arquitectura. “Dentro mío siempre quise acabar y continuar con mis estudios hasta llegar a una carrera universitaria, y qué más si era lo que más me gustaba hacer”, expresó.
Juan se levanta muy temprano, toma su desayuno y enrumba sus pasos a la Pérez Velasco, donde ofrece sus servicios a todos quienes transitan por ese sector de la ciudad.
“Brillo, brillo, brillo”, repite hasta que un cliente acepta, saca sus implementos de su pequeña caja y le saca brillo a los calzados. Él se queda hasta el mediodía porque en la tarde y en la noche se ocupa de sus labores en la universidad.
“Lo que trabajo me ayuda para mis pasajes y material que necesito para mis estudios. También me ayudan mis hermanos para comprar algunas cosas para hacer mis trabajos prácticos, es que quieren que sea alguien en la vida”, añade risueño.
Juan se muestra lleno de esperanzas para acabar sus estudios y algún día ejercer la profesión de arquitecto, elaborar planos, dirigir construcción de casas o trabajar en alguna entidad privada o pública.
En su contacto cotidiano con sus compañeros de trabajo, recoge las aspiraciones de los lustrabotas que tienen ganas de estudiar, ganas de superación, pero requieren apoyo gubernamental para que puedan asistir a las aulas con becas y otro tipo de beneficios para este sector.
“Nos gustaría que haya más acceso en las universidades para los jóvenes trabajadores de la calle. Por decir, tener un cupo y que se nos trate de forma especial, ya que nosotros mantenemos nuestro estudio con nuestro propio esfuerzo”, sugirió.
Relató que la mayoría de los jóvenes que trabajan en la calle empiezan desde muy temprana edad, desde aproximadamente los siete años para adelante.
Hace cinco años, los niños y adolescentes que trabajan en la calle sólo pensaban en ganar dinero para sostener a sus familias, pero ahora más del 50 por ciento de los lustrabotas se inscriben en colegios y algunos en universidades.
“El problema de los niños trabajadores y la escuela es que algunos de los padres los obligan a trabajar y sólo a trabajar sin tomar en cuenta que tal vez les gusta estudiar y que pueden llegar a superarse. El trabajo que realizamos es muy digno y si la gente comprendiera que estamos luchando por nuestra supervivencia y algunos por ser alguien en la vida, tal vez nos apoyaría”, expresó.
Es cerca al mediodía en la plaza Pérez Velasco, la gente clama por algunas nubes salvadoras que no llegan, y caminan presurosas en busca de algún restaurante o a abordar algún vehículo para retornar a sus casas.
Juan acaba su jornada laboral y se pierde entre el gentío para retornar a la urbe alteña. Sus ganas de profesionalizarse son cada día más fuertes y no le teme al trabajo de sacarle brillo a los zapatos.
Pocos ‘brillos’ terminan sus estudios
La responsable del Programa Nacional de la Niñez y Adolescencia de la Defensoría del Pueblo, Lidia Rodríguez, informó que apenas el 0,2 por ciento de los jóvenes trabajadores de la calle logra culminar sus estudios universitarios.
Afirmó que el país contabiliza más de 800 mil niños y adolescentes trabajadores de la calle, cuyas edades fluctúan entre 7 y 18 años, que se dedican a diferentes oficios como el de lustrabotas, vendedores de golosinas, lavaautos, cantantes en la calle, entre otros.
No hay un plan específico de apoyo para los jóvenes trabajadores para su inserción en las universidades; sin embargo, se contempla –conjuntamente con el Ministerio de Educación– dar más espacios, becas u otro tipo de apoyo para que salgan profesionales.
Rodríguez considera que el porcentaje mínimo de los trabajadores de la calle que egresan de las universidades se debe a que muchos no cuentan con una familia conformada, o no hay una persona cercana que les oriente sobre su educación y superación.
A ello se suma la pobreza porque si salen a trabajar es porque no tienen quién los mantenga y desde temprana edad tienen que aprender a luchar para su supervivencia, es decir, para alimentarse y vestirse, agregó la profesional.
Dijo que es necesario poner en marcha políticas gubernamentales que apoyen con eficiencia la educación de los niños y adolescentes trabajadores de la calle.
Explicó que en cuanto al apoyo a la educación primaria y secundaria de estos niños, se registran avances importantes como los acuerdos firmados con los CEMA, donde los niños culminan sus estudios en horas de la noche.
“Además, en estos lugares de estudio se implementaron centros de capacitación y telecentros con el objetivo de que no sólo salgan bachilleres, sino también con una especialidad técnica, como la panadería. En los telecentros se les brinda todo el conocimiento de las nuevas tecnologías digitales”, finalizó la responsable del Programa Nacional de la Niñez y Adolescencia.
Juan lleva su tradicional pasamontañas y una gorra descolorida sobre su cabeza, lo que le permite mantenerse en el anonimato y lejos de las miradas indiscretas. Su buzo negro está untado de betún y lleva una chompa azul descolorida.
La suya es una historia de carencias económicas junto a sus padres y sus cuatro hermanos, pero también es una muestra del sacrificio y tesón porque desde sus años de adolescencia trabaja sacándole brillo a los calzados y conjuga con reglas, maquetas y planos en la universidad.
“Salí a trabajar por necesidad como todos. Somos siete personas los miembros de mi familia; mi padre es taxista, mi madre vende algunas cosas, mis hermanos también salen a trabajar, entre todos nos ayudamos. Si yo necesito algo, ellos me dan la mano o viceversa”, expresó.
Desde sus años de adolescencia se independizó económicamente de su familia, por lo que con el dinero que obtiene costea sus estudios, se compra ropa para ir a clases y ayuda a su familia en algunos menesteres.
Pero su apego al dibujo y la pintura viene de colegio. “Siempre me gustó Artes Plásticas, cumplía con todos los trabajos prácticos que nos daban. Ahora en mis planos me gusta reflejar lo que yo pienso, es decir, mi creatividad”, afirmó.
Pero cuando salió bachiller sus sueños se truncaron momentáneamente para continuar sus estudios por falta de recursos económicos. Pero más pudo su decisión de estudiar Arquitectura. “Dentro mío siempre quise acabar y continuar con mis estudios hasta llegar a una carrera universitaria, y qué más si era lo que más me gustaba hacer”, expresó.
Juan se levanta muy temprano, toma su desayuno y enrumba sus pasos a la Pérez Velasco, donde ofrece sus servicios a todos quienes transitan por ese sector de la ciudad.
“Brillo, brillo, brillo”, repite hasta que un cliente acepta, saca sus implementos de su pequeña caja y le saca brillo a los calzados. Él se queda hasta el mediodía porque en la tarde y en la noche se ocupa de sus labores en la universidad.
“Lo que trabajo me ayuda para mis pasajes y material que necesito para mis estudios. También me ayudan mis hermanos para comprar algunas cosas para hacer mis trabajos prácticos, es que quieren que sea alguien en la vida”, añade risueño.
Juan se muestra lleno de esperanzas para acabar sus estudios y algún día ejercer la profesión de arquitecto, elaborar planos, dirigir construcción de casas o trabajar en alguna entidad privada o pública.
En su contacto cotidiano con sus compañeros de trabajo, recoge las aspiraciones de los lustrabotas que tienen ganas de estudiar, ganas de superación, pero requieren apoyo gubernamental para que puedan asistir a las aulas con becas y otro tipo de beneficios para este sector.
“Nos gustaría que haya más acceso en las universidades para los jóvenes trabajadores de la calle. Por decir, tener un cupo y que se nos trate de forma especial, ya que nosotros mantenemos nuestro estudio con nuestro propio esfuerzo”, sugirió.
Relató que la mayoría de los jóvenes que trabajan en la calle empiezan desde muy temprana edad, desde aproximadamente los siete años para adelante.
Hace cinco años, los niños y adolescentes que trabajan en la calle sólo pensaban en ganar dinero para sostener a sus familias, pero ahora más del 50 por ciento de los lustrabotas se inscriben en colegios y algunos en universidades.
“El problema de los niños trabajadores y la escuela es que algunos de los padres los obligan a trabajar y sólo a trabajar sin tomar en cuenta que tal vez les gusta estudiar y que pueden llegar a superarse. El trabajo que realizamos es muy digno y si la gente comprendiera que estamos luchando por nuestra supervivencia y algunos por ser alguien en la vida, tal vez nos apoyaría”, expresó.
Es cerca al mediodía en la plaza Pérez Velasco, la gente clama por algunas nubes salvadoras que no llegan, y caminan presurosas en busca de algún restaurante o a abordar algún vehículo para retornar a sus casas.
Juan acaba su jornada laboral y se pierde entre el gentío para retornar a la urbe alteña. Sus ganas de profesionalizarse son cada día más fuertes y no le teme al trabajo de sacarle brillo a los zapatos.
Pocos ‘brillos’ terminan sus estudios
La responsable del Programa Nacional de la Niñez y Adolescencia de la Defensoría del Pueblo, Lidia Rodríguez, informó que apenas el 0,2 por ciento de los jóvenes trabajadores de la calle logra culminar sus estudios universitarios.
Afirmó que el país contabiliza más de 800 mil niños y adolescentes trabajadores de la calle, cuyas edades fluctúan entre 7 y 18 años, que se dedican a diferentes oficios como el de lustrabotas, vendedores de golosinas, lavaautos, cantantes en la calle, entre otros.
No hay un plan específico de apoyo para los jóvenes trabajadores para su inserción en las universidades; sin embargo, se contempla –conjuntamente con el Ministerio de Educación– dar más espacios, becas u otro tipo de apoyo para que salgan profesionales.
Rodríguez considera que el porcentaje mínimo de los trabajadores de la calle que egresan de las universidades se debe a que muchos no cuentan con una familia conformada, o no hay una persona cercana que les oriente sobre su educación y superación.
A ello se suma la pobreza porque si salen a trabajar es porque no tienen quién los mantenga y desde temprana edad tienen que aprender a luchar para su supervivencia, es decir, para alimentarse y vestirse, agregó la profesional.
Dijo que es necesario poner en marcha políticas gubernamentales que apoyen con eficiencia la educación de los niños y adolescentes trabajadores de la calle.
Explicó que en cuanto al apoyo a la educación primaria y secundaria de estos niños, se registran avances importantes como los acuerdos firmados con los CEMA, donde los niños culminan sus estudios en horas de la noche.
“Además, en estos lugares de estudio se implementaron centros de capacitación y telecentros con el objetivo de que no sólo salgan bachilleres, sino también con una especialidad técnica, como la panadería. En los telecentros se les brinda todo el conocimiento de las nuevas tecnologías digitales”, finalizó la responsable del Programa Nacional de la Niñez y Adolescencia.
Texto y foto: Cambio
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