miércoles, 25 de enero de 2012
"Las venas abiertas de América Latina", de Eduardo Galeano

Prólogo a la edición de "Las venas abiertas de América Latina", Casa de las Américas. 2009
Fernando Martínez Heredia
¿Son los textos de Eduardo Galeano fina ironía que ha perdido asidero en “la realidad”? ¿Ya no habrá espacio ni siquiera para “pequeños relatos”? ¿Se acaba también la época en que era normal que existiera el “gran escritor”? ¿Ya comenzó la era de los intelectuales como amanuenses, sirvientes que se ponen ellos mismos apodos compuestos o esdrújulos, para disimularse la vergüenza?
El tiempo en que Casa edita nuevamente Las venas abiertas de América Latina no es, a primera vista, un tiempo propicio. En nuestro continente se consumaron los genocidios, y después se ha consumido la democracia. El resultado es abrumador: el 42% de la población vive por debajo del índice de pobreza —la mitad son indigentes—, se desplomó la parte de los trabajadores en el ingreso nacional, el desempleo se multiplicó y se ha hecho crónico, mientras millones de niños trabajan. La cólera fue sustituida por el cólera. Los empresarios y políticos latinoamericanos más modernos han “abierto”, “ajustado” y desnacionalizado las economías, en su beneficio y el del capitalismo central al que se subordinan. Neoliberalismo, privatización, eficiencia, informalidad, atraer la inversión, globalización, son palabras claves. En macroeconomía todo es más solemne, pero igualmente desolador. La década pasada no fue perdida para todos: la transferencia neta al exterior sumó 223 000 millones de dólares. Hoy la región debe más de 700 000 millones, y en los años noventa los pagos por servicio de esa deuda suman 850 000 millones. El crecimiento del PIB en los noventa es menos malo que en los ochenta, pero sigue siendo inferior al de los años sesenta-setenta. La única promesa que ha logrado cumplir la democracia es la de celebrar elecciones periódicas.
Con estos párrafos comenzaba este prólogo en 1999, hace exactamente diez años. Situado otra vez ante él por la feliz iniciativa de la Casa de las Américas de volver a editar Las venas…, debo ponerlo al día respecto a la circunstancia, porque en ese lapso ha cambiado mucho nuestro continente.
La hegemonía referida cada vez más a lo que llamaban globalización resultó endeble frente al enorme crecimiento de la cultura política de los pueblos, que han utilizado las vías a su alcance contra aquella. Desde el triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998 hasta hoy se ha establecido un buen número de gobiernos más autónomos respecto a los EE.UU. y sensibles a las necesidades de las mayorías y al rescate de los recursos naturales; leyes y nuevas Constituciones refrendan sus caminos. La revolución bolivariana de Venezuela y los poderes populares de Bolivia y Ecuador crearon —con Cuba— un nuevo polo latinoamericano al que se suman unos, mediante el ALBA, y se asocian otros en relaciones económicas y políticas ventajosas y que fortalecen sus posiciones de independencia. Los movimientos populares combativos constituyen una fuerza social y política principal para la profundización de los procesos de liberación.
América Latina se levanta con iniciativas propias, sus países coordinan acciones y asociaciones, avanzan hacia procesos de integración y buscan alianzas en el mundo. Crece la autoconfianza y reina la esperanza. Mientras los ciegos vuelven a ver, otro milagro aclara las visiones políticas y trae conciencia a millones. Sin embargo, también reina todavía la miseria, que es hija del sistema capitalista subordinado, y la crisis amenaza aumentar el desempleo y frenar con rudeza el crecimiento. Dos siglos después del triunfo de la revolución haitiana y del Grito de Murillo, falta por recorrer un largo tramo del camino, pero el continente está en marcha.
La América que no es nuestra también se ha movido, pero para mal de todos. Allí las promesas farisaicas del milenio se tornaron en “lucha contra el terrorismo”, una operación dirigida a sustituir a la vez al viejo enemigo — el comunismo— y a la esperanza perdida de los neocolonizados —el desarrollo—, y sucedió el gobierno Bush, una pandilla de corruptos y criminales con un cretino en la proa. La recolonización del mundo, que parecía “pacífica”, mediante su dinero parasitario y sus transnacionales —los “coloniales” de hoy—, apeló en Irak y Afganistán al genocidio y la ocupación militar permanente de un país. El señor mundial de la guerra es también, y sobre todo, el jefe de la guerra cultural planetaria, una máquina gigantesca que vuelve este mundo patas arriba cotidianamente. Ella pone a todos a hablar su neolengua, enriquecida con términos como “limpieza étnica”, “comida étnica” y “capital humano”, que apellida “humanitario/a” a todo lo que se le ocurre, para balancear tanta inhumanidad. O deja de endiosar en público al neoliberalismo mientras el Estado se dedica a salvar a lo peor del gran capital que creó la gran crisis financiera reciente, a costa del empleo y la calidad de la vida de las mayorías.
Así resiste el imperialismo norteamericano el enorme repudio creciente a su actuación. La política interna de esta Roma americana sin grandeza incluye tener cincuenta millones de sus ciudadanos sin servicios de salud y casi la mitad de su población colindando con la pobreza. Ante tanto subdesarrollo político, el nuevo presidente de los EE.UU. parece simpático y alentador, aunque ofrezca tan pocas nueces. El presidente de Venezuela le brinda ayuda al regalarle un ejemplar de esta obra de Galeano, en medio de una dura reunión en la que se le hace clara la bancarrota del panamericanismo y los presidentes latinoamericanos le exigen poner fin a la agresión sistemática contra Cuba.
Eduardo Galeano ha mantenido su conducta y enarbolado sus valores en todas las circunstancias del último medio siglo. Sus artículos y viñetas, sus libros, dan testimonio de su excelencia como escritor, su compromiso permanente con los que sufren la violencia, el despojo y el olvido, y su confianza en la solidaridad como recurso humano principal para lograr un mundo nuevo para todos. Durante la época mezquina apodada neoliberal, nunca aceptó la necesidad de excluir los temas y las palabras considerados ya caducos e impertinentes. No se atuvo al sentido común, a lo posible, a las reglas y al miedo. Persistió en la denuncia y proclamó su fe en la gente y la utopía. La magia de la palabra y el ingenio han sido hasta hoy sus vehículos; el contenido de lo que dice y escribe constituye una riqueza grande para la gente común y las causas populares, que ayuda a la recuperación de la memoria, la identidad y el espíritu de resistencia y rebeldía, y al desarrollo de la conciencia.
En sus textos está entera esa cualidad. Con razón escribe en 1978: “El lenguaje hermético no siempre es el precio inevitable de la profundidad. Puede esconder simplemente, en algunos casos, una incapacidad de comunicación elevada a la categoría de virtud intelectual. Sospecho que el aburrimiento sirve así, a menudo, para bendecir el orden establecido: confirma que el conocimiento es un privilegio de las élites.” Veinte años después, su idea de un plan escolar para un mundo al revés le permite desplegar una argumentación radical contra el conjunto del sistema de dominación y la cultura que él propone e impone, y no solamente contra algunos de sus aspectos. Una frase nos sugiere el dintel de lo esencial: “Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.” Y una afirmación suya relaciona esferas que el saber al servicio del orden mantiene lejanas: “La economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado”.
Galeano no permanece anclado. Desde esa constatación vuelvo al libro que lo lanzó a la fama en 1971. Tres años después, al declinar una colaboración pedida, el escritor se describía: “Es un tema serio y no me lo puedo rifar. Aquí en Buenos Aires no tengo mis libros, ni mis fuentes de información y de consulta... Y sinceramente creo que hay gente mucho más capacitada que yo para dedicarse a temas que requieren, como este que me propones, largos años de reflexión y de investigación. A veces me asusta el equívoco. Yo no soy sociólogo, ni historiador, ni economista, ni nada. Mi trabajo como periodista y ensayista se ha limitado a la divulgación masiva de ideas ajenas y de datos que el sistema esconde al público no especializado. Al servicio de esta tarea, oficio militante de denuncia y contra-información, he puesto una cierta habilidad para narrar, aprendida en los fogones de Paysandú y en las mesas de los viejos cafés de Montevideo. Y eso es todo”.
Pero no, eso no es todo. A partir de las preguntas que lo guiaron en una profundísima investigación, y de la urdimbre de la estructura que le dio a la exposición, Galeano consiguió en Las venas abiertas... una proposición innovadora del trabajo de conocimiento social. Se situó en medio de la entonces incipiente democratización controlada de la información, que conduce a ninguna parte, para darle un sentido y un filo. Ante todo se advierte que el autor posee un instrumento analítico, que ha convocado al material en vez de ser arrastrado por su torrente, que lo selecciona y utiliza, y todo eso le permite enunciar juicios sobre problemas centrales de las estructuras latinoamericanas y de su inserción en el sistema mundial capitalista. Destaco ese punto, porque el lector del libro es seducido por la belleza y la omnipresencia de la narración histórica, la riqueza sintética de las anécdotas que ilustran épocas y acontecimientos, los datos esgrimidos en la tensión de las comparaciones, de los contrapuntos y las sugerencias interesantes, la apasionante sucesión de los eventos, por una obra en la que se cuenta lo más serio como si fuera una aventura. Aquí se habla “de economía política en el estilo de una novela de amor o de piratas”.
Cierto lo del estilo, y lo de la economía política. Y cierto también que Las venas abiertas... vio la luz en el ápice de una ola revolucionaria que conmovió al planeta y tuvo su centro en el Tercer Mundo. A diferencia de la iniciada en 1917, esta segunda gran ola del siglo se dirigió a todos desde las revoluciones de liberación de los que habían sido colonizados; su propuesta identificó la unidad íntima del sistema mundial opresor, exigió que se luchara a fondo y en todas partes contra él, y vio como única salida la creación de sociedades socialistas. En la América Latina confluían singularmente todos los elementos contradictorios de la modernidad occidental, materiales e ideales; allí era dominante el neocolonialismo, antiguo el nacionalismo revolucionario y presente el socialismo. Pero la nueva propuesta también criticó —para ser socialista estaba obligada a hacerlo— a lo que se llamaba entonces movimiento comunista y al socialismo real. Las rebeldías se extendieron y las ideas se rebelaron también. No bastaba pelear, era necesario formular un nuevo discurso para la liberación.
De todo eso da cuenta este libro, y no como un relator: fue un partícipe destacado de aquella lucha. A través de la historia social del continente y de las claves de la situación contemporánea, combinadas y sumamente documentadas, explica y denuncia el sistema de dominación capitalista mediante una narración “de carne y hueso”, con eficacia pedagógica. Socializa datos e ideas, pero afila a ambos como armas para crear conciencia contra la dominación. La imaginación desbordada no es prodigalidad: es una provocación para que el entusiasmo y la intuición desquicien los límites del conocimiento convencional, que siempre favorece al orden vigente. La convocatoria a las emociones es un llamado a que la razón rompa sus prisiones. Su análisis y su exposición lo asoman a un tema central para la liberación: conocer la construcción cultural del consenso con la dominación en la América Latina, para volverse capaz de romperla. Su dependentismo asequible y deslumbrante no es simple divulgación: apunta, con la ayuda del arte, hacia la necesidad de comprender la formación social como una totalidad, que es mucho más que una economía política o una búsqueda de esencias. Totalidad en que sucede su reproducción, donde se esconden sus fuerzas y debilidades, y las posibles claves de su subversión.
Y la forma es mucho más que una forma. Los que pugnan por un mundo nuevo frente a tan grandes enemigos, necesitan un nuevo lenguaje. Este no podía ser hallado en las Tablas de la Ley de un marxismo dogmático e indigesto que ni siquiera se hacía de la vista gorda ante la locura de cambiarlo todo; ni en el idioma seco y pobre de los cuadros, la ignorancia de la historia de las opresiones y las rebeldías, el cientificismo negado a la utopía y el autoritarismo perseguidor de iniciativas y de sueños. Las venas abiertas... se sumó a la corriente cultural de liberación abierta por la Revolución cubana y por la actividad múltiple de tantos latinoamericanos, dando el ejemplo de un libro de tesis que era a la vez una obra de arte. Su prosa cautivó a muchos miles que no tuvieron que ponerse solemnes para concientizarse, enseñó algo a todos y brindó optimismo a una legión de militantes que deseaban hermanar la belleza con la verdad. Sin hacer una sola concesión al mercantilismo, siempre visible el sentido rebelde de su denuncia, Las venas abiertas... logró ser un best seller a la vez que ayudaba a abrir espacios de libertad. Los dictadores del Sur también laurearon aquel libro, prohibiéndolo.
La obra no logra todo lo que se propone. ¿Quién lo logra? Eduardo sabía los límites sociales de su trabajo: la lucha por una cultura de liberación solo puede resolverse en el plano político, dirá a la prensa en Buenos Aires en aquellos días de fuego de 1973. Pero conoce también su alcance: “la literatura es un arma. Somos responsables del uso que hacemos de esa arma... Se puede hacer una literatura que nos ayude, a todos, a cambiar.”
En el exilio emprendió Galeano una obra que debía superar la reducción de la historia “a una sola dimensión”, que él percibía en Las venas abiertas... Su “tentativa de conversar con América, y sobre todo con América Latina, como si ella fuera persona” se convirtió en una empresa descomunal. De allí salió su otro clásico, la trilogía Memoria del fuego, de maravillosa desmesura. Su divisa fue “revelar sus múltiples dimensiones y penetrar sus secretos”. Siempre documentada, la narración encanta con prodigios y desnuda los huesos de los eventos, brinda mil pistas de otra historia a los historiadores y se mantiene férreamente unificada por la posición del autor, su apuesta por la lucha y la esperanza y su vocación de ser útil a los oprimidos, terca y tierna. Y todo eso a través de una lección de gran literatura.
Henos aquí, en la Cuba de 2009, con Las venas abiertas... y con Eduardo Galeano. Ambos han sobrevivido al ambiente de gesta de hace cuarenta años y a la época siguiente, de negación de las epopeyas, de la justicia social, de todo intento de cambio y hasta del pasado y el futuro. Y ahora se mueven ambos con soltura, joviales, en esta nueva situación propicia a la salvación del desastre, a los cambios de las personas y las sociedades, y al renacer de los sueños. Cuba también vivió una crisis muy dura, económica, social y de la conciencia, y ganó terreno aquí la cultura del capitalismo; pero unidos la gente y el poder lograron resistir el peor tiempo y salir adelante. Ahora el país pone en tensión extrema sus fuerzas y sus valores para resolver sus problemas y perfilar su estrategia, lograr que triunfe el socialismo dentro de la transición socialista, y al mismo tiempo cumplir con los deberes internacionalistas. Para esas tareas cuenta con la formidable acumulación cultural de un pueblo en revolución que se ha cambiado a sí mismo, y con la nueva época que comienza en Nuestra América.
Entiendo que es un gran acierto de Casa de las Américas reeditar Las venas abiertas... precisamente ahora. Un rasgo fundamental del trabajo intelectual comprometido es ir más allá del ámbito de la reproducción de las condiciones de existencia, es decir, de lo que parece posible, e inclusive incitar a su violentación. Es necesario brindar asideros intelectuales a los que deben pensar —porque es de vida o muerte que se piense—, y auspiciar la sabia intransigencia y la fecunda duda, que se tornarán creadoras. A todo eso contribuye hoy, sigue ayudando, Las venas abiertas..., con la ventaja de serle atractiva al que va a ejercitar la voluntad de leer, y de persuadir al lector, esto es, llamarlo a participar sin callarlo ni dominarlo, invitarlo a andar.
A Eduardo Galeano hay que agradecerle mucho esta eficiencia literaria de su obra militante. Comprendo al que una vez invocó al estilo nacional como disculpa con el viejo Quijano, por no haberle dado nunca las gracias: esa es otra de las similitudes entre uruguayos y cubanos. Entiendo aún más al que escribió: “Desconfiemos de los aplausos. A veces nos felicitan quienes nos consideran inocuos.” Admiro la sencillez del que en una ocasión dijo de sí: “pinto escribiendo, por falta de talento para pintar pintando”, y la grandeza del que acaba de decir: “yo no conozco dicha más alta que la alegría de reconocerme en los demás. Quizá esa es, para mí, la única inmortalidad digna de fe.” Y confieso que no estuvo mal aquello de verse a sí mismo una cara de cónsul sueco en Honduras. Pero no puedo evitar un suave orgullo al leer su prosa de ayer y de hoy, registrar la luz nueva que posee esta obra maestra escrita a los treinta años de edad, y la madurez que ha ganado el gran escritor.
Las venas abiertas ... fue también un regalo suyo para los cubanos, como lo fue su Memoria del fuego, publicada por Casa en 1990. Bienvenido sea otra vez Eduardo Galeano aquí, en su casa grande, la de los cubanos, que es suya. La casa en la cual seguimos peleando por la justicia y la belleza repartidas, para todos, como hace él en su mundo, el mundo.
La Habana, agosto de 2009
Fernando Martínez Heredia
¿Son los textos de Eduardo Galeano fina ironía que ha perdido asidero en “la realidad”? ¿Ya no habrá espacio ni siquiera para “pequeños relatos”? ¿Se acaba también la época en que era normal que existiera el “gran escritor”? ¿Ya comenzó la era de los intelectuales como amanuenses, sirvientes que se ponen ellos mismos apodos compuestos o esdrújulos, para disimularse la vergüenza?
El tiempo en que Casa edita nuevamente Las venas abiertas de América Latina no es, a primera vista, un tiempo propicio. En nuestro continente se consumaron los genocidios, y después se ha consumido la democracia. El resultado es abrumador: el 42% de la población vive por debajo del índice de pobreza —la mitad son indigentes—, se desplomó la parte de los trabajadores en el ingreso nacional, el desempleo se multiplicó y se ha hecho crónico, mientras millones de niños trabajan. La cólera fue sustituida por el cólera. Los empresarios y políticos latinoamericanos más modernos han “abierto”, “ajustado” y desnacionalizado las economías, en su beneficio y el del capitalismo central al que se subordinan. Neoliberalismo, privatización, eficiencia, informalidad, atraer la inversión, globalización, son palabras claves. En macroeconomía todo es más solemne, pero igualmente desolador. La década pasada no fue perdida para todos: la transferencia neta al exterior sumó 223 000 millones de dólares. Hoy la región debe más de 700 000 millones, y en los años noventa los pagos por servicio de esa deuda suman 850 000 millones. El crecimiento del PIB en los noventa es menos malo que en los ochenta, pero sigue siendo inferior al de los años sesenta-setenta. La única promesa que ha logrado cumplir la democracia es la de celebrar elecciones periódicas.
Con estos párrafos comenzaba este prólogo en 1999, hace exactamente diez años. Situado otra vez ante él por la feliz iniciativa de la Casa de las Américas de volver a editar Las venas…, debo ponerlo al día respecto a la circunstancia, porque en ese lapso ha cambiado mucho nuestro continente.
La hegemonía referida cada vez más a lo que llamaban globalización resultó endeble frente al enorme crecimiento de la cultura política de los pueblos, que han utilizado las vías a su alcance contra aquella. Desde el triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998 hasta hoy se ha establecido un buen número de gobiernos más autónomos respecto a los EE.UU. y sensibles a las necesidades de las mayorías y al rescate de los recursos naturales; leyes y nuevas Constituciones refrendan sus caminos. La revolución bolivariana de Venezuela y los poderes populares de Bolivia y Ecuador crearon —con Cuba— un nuevo polo latinoamericano al que se suman unos, mediante el ALBA, y se asocian otros en relaciones económicas y políticas ventajosas y que fortalecen sus posiciones de independencia. Los movimientos populares combativos constituyen una fuerza social y política principal para la profundización de los procesos de liberación.
América Latina se levanta con iniciativas propias, sus países coordinan acciones y asociaciones, avanzan hacia procesos de integración y buscan alianzas en el mundo. Crece la autoconfianza y reina la esperanza. Mientras los ciegos vuelven a ver, otro milagro aclara las visiones políticas y trae conciencia a millones. Sin embargo, también reina todavía la miseria, que es hija del sistema capitalista subordinado, y la crisis amenaza aumentar el desempleo y frenar con rudeza el crecimiento. Dos siglos después del triunfo de la revolución haitiana y del Grito de Murillo, falta por recorrer un largo tramo del camino, pero el continente está en marcha.
La América que no es nuestra también se ha movido, pero para mal de todos. Allí las promesas farisaicas del milenio se tornaron en “lucha contra el terrorismo”, una operación dirigida a sustituir a la vez al viejo enemigo — el comunismo— y a la esperanza perdida de los neocolonizados —el desarrollo—, y sucedió el gobierno Bush, una pandilla de corruptos y criminales con un cretino en la proa. La recolonización del mundo, que parecía “pacífica”, mediante su dinero parasitario y sus transnacionales —los “coloniales” de hoy—, apeló en Irak y Afganistán al genocidio y la ocupación militar permanente de un país. El señor mundial de la guerra es también, y sobre todo, el jefe de la guerra cultural planetaria, una máquina gigantesca que vuelve este mundo patas arriba cotidianamente. Ella pone a todos a hablar su neolengua, enriquecida con términos como “limpieza étnica”, “comida étnica” y “capital humano”, que apellida “humanitario/a” a todo lo que se le ocurre, para balancear tanta inhumanidad. O deja de endiosar en público al neoliberalismo mientras el Estado se dedica a salvar a lo peor del gran capital que creó la gran crisis financiera reciente, a costa del empleo y la calidad de la vida de las mayorías.
Así resiste el imperialismo norteamericano el enorme repudio creciente a su actuación. La política interna de esta Roma americana sin grandeza incluye tener cincuenta millones de sus ciudadanos sin servicios de salud y casi la mitad de su población colindando con la pobreza. Ante tanto subdesarrollo político, el nuevo presidente de los EE.UU. parece simpático y alentador, aunque ofrezca tan pocas nueces. El presidente de Venezuela le brinda ayuda al regalarle un ejemplar de esta obra de Galeano, en medio de una dura reunión en la que se le hace clara la bancarrota del panamericanismo y los presidentes latinoamericanos le exigen poner fin a la agresión sistemática contra Cuba.
Eduardo Galeano ha mantenido su conducta y enarbolado sus valores en todas las circunstancias del último medio siglo. Sus artículos y viñetas, sus libros, dan testimonio de su excelencia como escritor, su compromiso permanente con los que sufren la violencia, el despojo y el olvido, y su confianza en la solidaridad como recurso humano principal para lograr un mundo nuevo para todos. Durante la época mezquina apodada neoliberal, nunca aceptó la necesidad de excluir los temas y las palabras considerados ya caducos e impertinentes. No se atuvo al sentido común, a lo posible, a las reglas y al miedo. Persistió en la denuncia y proclamó su fe en la gente y la utopía. La magia de la palabra y el ingenio han sido hasta hoy sus vehículos; el contenido de lo que dice y escribe constituye una riqueza grande para la gente común y las causas populares, que ayuda a la recuperación de la memoria, la identidad y el espíritu de resistencia y rebeldía, y al desarrollo de la conciencia.
En sus textos está entera esa cualidad. Con razón escribe en 1978: “El lenguaje hermético no siempre es el precio inevitable de la profundidad. Puede esconder simplemente, en algunos casos, una incapacidad de comunicación elevada a la categoría de virtud intelectual. Sospecho que el aburrimiento sirve así, a menudo, para bendecir el orden establecido: confirma que el conocimiento es un privilegio de las élites.” Veinte años después, su idea de un plan escolar para un mundo al revés le permite desplegar una argumentación radical contra el conjunto del sistema de dominación y la cultura que él propone e impone, y no solamente contra algunos de sus aspectos. Una frase nos sugiere el dintel de lo esencial: “Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.” Y una afirmación suya relaciona esferas que el saber al servicio del orden mantiene lejanas: “La economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado”.
Galeano no permanece anclado. Desde esa constatación vuelvo al libro que lo lanzó a la fama en 1971. Tres años después, al declinar una colaboración pedida, el escritor se describía: “Es un tema serio y no me lo puedo rifar. Aquí en Buenos Aires no tengo mis libros, ni mis fuentes de información y de consulta... Y sinceramente creo que hay gente mucho más capacitada que yo para dedicarse a temas que requieren, como este que me propones, largos años de reflexión y de investigación. A veces me asusta el equívoco. Yo no soy sociólogo, ni historiador, ni economista, ni nada. Mi trabajo como periodista y ensayista se ha limitado a la divulgación masiva de ideas ajenas y de datos que el sistema esconde al público no especializado. Al servicio de esta tarea, oficio militante de denuncia y contra-información, he puesto una cierta habilidad para narrar, aprendida en los fogones de Paysandú y en las mesas de los viejos cafés de Montevideo. Y eso es todo”.
Pero no, eso no es todo. A partir de las preguntas que lo guiaron en una profundísima investigación, y de la urdimbre de la estructura que le dio a la exposición, Galeano consiguió en Las venas abiertas... una proposición innovadora del trabajo de conocimiento social. Se situó en medio de la entonces incipiente democratización controlada de la información, que conduce a ninguna parte, para darle un sentido y un filo. Ante todo se advierte que el autor posee un instrumento analítico, que ha convocado al material en vez de ser arrastrado por su torrente, que lo selecciona y utiliza, y todo eso le permite enunciar juicios sobre problemas centrales de las estructuras latinoamericanas y de su inserción en el sistema mundial capitalista. Destaco ese punto, porque el lector del libro es seducido por la belleza y la omnipresencia de la narración histórica, la riqueza sintética de las anécdotas que ilustran épocas y acontecimientos, los datos esgrimidos en la tensión de las comparaciones, de los contrapuntos y las sugerencias interesantes, la apasionante sucesión de los eventos, por una obra en la que se cuenta lo más serio como si fuera una aventura. Aquí se habla “de economía política en el estilo de una novela de amor o de piratas”.
Cierto lo del estilo, y lo de la economía política. Y cierto también que Las venas abiertas... vio la luz en el ápice de una ola revolucionaria que conmovió al planeta y tuvo su centro en el Tercer Mundo. A diferencia de la iniciada en 1917, esta segunda gran ola del siglo se dirigió a todos desde las revoluciones de liberación de los que habían sido colonizados; su propuesta identificó la unidad íntima del sistema mundial opresor, exigió que se luchara a fondo y en todas partes contra él, y vio como única salida la creación de sociedades socialistas. En la América Latina confluían singularmente todos los elementos contradictorios de la modernidad occidental, materiales e ideales; allí era dominante el neocolonialismo, antiguo el nacionalismo revolucionario y presente el socialismo. Pero la nueva propuesta también criticó —para ser socialista estaba obligada a hacerlo— a lo que se llamaba entonces movimiento comunista y al socialismo real. Las rebeldías se extendieron y las ideas se rebelaron también. No bastaba pelear, era necesario formular un nuevo discurso para la liberación.
De todo eso da cuenta este libro, y no como un relator: fue un partícipe destacado de aquella lucha. A través de la historia social del continente y de las claves de la situación contemporánea, combinadas y sumamente documentadas, explica y denuncia el sistema de dominación capitalista mediante una narración “de carne y hueso”, con eficacia pedagógica. Socializa datos e ideas, pero afila a ambos como armas para crear conciencia contra la dominación. La imaginación desbordada no es prodigalidad: es una provocación para que el entusiasmo y la intuición desquicien los límites del conocimiento convencional, que siempre favorece al orden vigente. La convocatoria a las emociones es un llamado a que la razón rompa sus prisiones. Su análisis y su exposición lo asoman a un tema central para la liberación: conocer la construcción cultural del consenso con la dominación en la América Latina, para volverse capaz de romperla. Su dependentismo asequible y deslumbrante no es simple divulgación: apunta, con la ayuda del arte, hacia la necesidad de comprender la formación social como una totalidad, que es mucho más que una economía política o una búsqueda de esencias. Totalidad en que sucede su reproducción, donde se esconden sus fuerzas y debilidades, y las posibles claves de su subversión.
Y la forma es mucho más que una forma. Los que pugnan por un mundo nuevo frente a tan grandes enemigos, necesitan un nuevo lenguaje. Este no podía ser hallado en las Tablas de la Ley de un marxismo dogmático e indigesto que ni siquiera se hacía de la vista gorda ante la locura de cambiarlo todo; ni en el idioma seco y pobre de los cuadros, la ignorancia de la historia de las opresiones y las rebeldías, el cientificismo negado a la utopía y el autoritarismo perseguidor de iniciativas y de sueños. Las venas abiertas... se sumó a la corriente cultural de liberación abierta por la Revolución cubana y por la actividad múltiple de tantos latinoamericanos, dando el ejemplo de un libro de tesis que era a la vez una obra de arte. Su prosa cautivó a muchos miles que no tuvieron que ponerse solemnes para concientizarse, enseñó algo a todos y brindó optimismo a una legión de militantes que deseaban hermanar la belleza con la verdad. Sin hacer una sola concesión al mercantilismo, siempre visible el sentido rebelde de su denuncia, Las venas abiertas... logró ser un best seller a la vez que ayudaba a abrir espacios de libertad. Los dictadores del Sur también laurearon aquel libro, prohibiéndolo.
La obra no logra todo lo que se propone. ¿Quién lo logra? Eduardo sabía los límites sociales de su trabajo: la lucha por una cultura de liberación solo puede resolverse en el plano político, dirá a la prensa en Buenos Aires en aquellos días de fuego de 1973. Pero conoce también su alcance: “la literatura es un arma. Somos responsables del uso que hacemos de esa arma... Se puede hacer una literatura que nos ayude, a todos, a cambiar.”
En el exilio emprendió Galeano una obra que debía superar la reducción de la historia “a una sola dimensión”, que él percibía en Las venas abiertas... Su “tentativa de conversar con América, y sobre todo con América Latina, como si ella fuera persona” se convirtió en una empresa descomunal. De allí salió su otro clásico, la trilogía Memoria del fuego, de maravillosa desmesura. Su divisa fue “revelar sus múltiples dimensiones y penetrar sus secretos”. Siempre documentada, la narración encanta con prodigios y desnuda los huesos de los eventos, brinda mil pistas de otra historia a los historiadores y se mantiene férreamente unificada por la posición del autor, su apuesta por la lucha y la esperanza y su vocación de ser útil a los oprimidos, terca y tierna. Y todo eso a través de una lección de gran literatura.
Henos aquí, en la Cuba de 2009, con Las venas abiertas... y con Eduardo Galeano. Ambos han sobrevivido al ambiente de gesta de hace cuarenta años y a la época siguiente, de negación de las epopeyas, de la justicia social, de todo intento de cambio y hasta del pasado y el futuro. Y ahora se mueven ambos con soltura, joviales, en esta nueva situación propicia a la salvación del desastre, a los cambios de las personas y las sociedades, y al renacer de los sueños. Cuba también vivió una crisis muy dura, económica, social y de la conciencia, y ganó terreno aquí la cultura del capitalismo; pero unidos la gente y el poder lograron resistir el peor tiempo y salir adelante. Ahora el país pone en tensión extrema sus fuerzas y sus valores para resolver sus problemas y perfilar su estrategia, lograr que triunfe el socialismo dentro de la transición socialista, y al mismo tiempo cumplir con los deberes internacionalistas. Para esas tareas cuenta con la formidable acumulación cultural de un pueblo en revolución que se ha cambiado a sí mismo, y con la nueva época que comienza en Nuestra América.
Entiendo que es un gran acierto de Casa de las Américas reeditar Las venas abiertas... precisamente ahora. Un rasgo fundamental del trabajo intelectual comprometido es ir más allá del ámbito de la reproducción de las condiciones de existencia, es decir, de lo que parece posible, e inclusive incitar a su violentación. Es necesario brindar asideros intelectuales a los que deben pensar —porque es de vida o muerte que se piense—, y auspiciar la sabia intransigencia y la fecunda duda, que se tornarán creadoras. A todo eso contribuye hoy, sigue ayudando, Las venas abiertas..., con la ventaja de serle atractiva al que va a ejercitar la voluntad de leer, y de persuadir al lector, esto es, llamarlo a participar sin callarlo ni dominarlo, invitarlo a andar.
A Eduardo Galeano hay que agradecerle mucho esta eficiencia literaria de su obra militante. Comprendo al que una vez invocó al estilo nacional como disculpa con el viejo Quijano, por no haberle dado nunca las gracias: esa es otra de las similitudes entre uruguayos y cubanos. Entiendo aún más al que escribió: “Desconfiemos de los aplausos. A veces nos felicitan quienes nos consideran inocuos.” Admiro la sencillez del que en una ocasión dijo de sí: “pinto escribiendo, por falta de talento para pintar pintando”, y la grandeza del que acaba de decir: “yo no conozco dicha más alta que la alegría de reconocerme en los demás. Quizá esa es, para mí, la única inmortalidad digna de fe.” Y confieso que no estuvo mal aquello de verse a sí mismo una cara de cónsul sueco en Honduras. Pero no puedo evitar un suave orgullo al leer su prosa de ayer y de hoy, registrar la luz nueva que posee esta obra maestra escrita a los treinta años de edad, y la madurez que ha ganado el gran escritor.
Las venas abiertas ... fue también un regalo suyo para los cubanos, como lo fue su Memoria del fuego, publicada por Casa en 1990. Bienvenido sea otra vez Eduardo Galeano aquí, en su casa grande, la de los cubanos, que es suya. La casa en la cual seguimos peleando por la justicia y la belleza repartidas, para todos, como hace él en su mundo, el mundo.
La Habana, agosto de 2009
Texto: Rebelión
Imagen: taringa
FISCALÍA solicita al Gobierno un informe sobre Baraldini-Rózsa

El fiscal Harry Suaznábar informó que amplió la investigación en torno a Baraldini y a partir de la documentación que le llegue se buscará la verdad.
El fiscal de materia, Harry Suaznábar, quien realiza la investigación del caso Terrorismo II, informó ayer que emitió un requerimiento al Ministerio de Gobierno para tener mayores elementos en la investigación sobre una posible relación de Eduardo Rózsa Flores y el ex represor militar argentino Luis Enrique Baraldini.
“Habiéndose obtenido información de que el señor Baraldini hubiera tenido cierta participación dentro el caso Terrorismo, se ha emitido un requerimiento dirigido al Ministerio de Gobierno, a efectos de que nos proporcionen la documentación pertinente sobre posibles nexos entre Baraldini y Rózsa”, sostuvo Suaznábar.
Baraldini (73) fue detenido en el aeropuerto de Santa Cruz de la Sierra cuando intentaba tomar un vuelo. La Policía de seguridad del aeropuerto lo aprehendió después de comprobar que el súbdito argentino portaba un carnet de identidad falso bajo el nombre de Marco Antonio Aponte. El Gobierno boliviano decidió expulsarlo de inmediato a su país de origen.
El ex coronel Luis Enrique Baraldini fue calificado prófugo de la justicia argentina por ser uno de los mayores represores de la provincia de La Pampa (centro de la Argentina y colindante con la provincia de Buenos Aires) en la dictadura militar (1976-1983) y comprometido con el levantamiento militar conocido como el de los Carapintadas, de abril de 1987, contra el gobierno democrático de Raúl Alfonsín.
En ese contexto, el fiscal Harry Suaznábar afirmó que se amplió la investigación en torno a Baraldini y a partir de la documentación que le llegue de parte del Gobierno se verán las posibles conexiones que haya tenido el ex militar argentino con la célula terrorista de Eduardo Rózsa Flores.
La madrugada del 16 de abril, una operación de élite de la Policía Boliviana desarticuló la célula terrorista de Rózsa Flores. El operativo policial se realizó en el céntrico hotel Las Américas de la ciudad de Santa Cruz.
Tras la desarticulación del grupo, la entidad del orden encontró armas y municiones en el stand de Cotas, con las cuales, según las investigaciones realizadas, este grupo pretendía generar separatismo, convulsionar el país y desestabilizar al gobierno de Evo Morales. Actualmente, existen dos detenidos, Elot Toazo y Mario Tadic.
El fiscal de materia, Harry Suaznábar, quien realiza la investigación del caso Terrorismo II, informó ayer que emitió un requerimiento al Ministerio de Gobierno para tener mayores elementos en la investigación sobre una posible relación de Eduardo Rózsa Flores y el ex represor militar argentino Luis Enrique Baraldini.
“Habiéndose obtenido información de que el señor Baraldini hubiera tenido cierta participación dentro el caso Terrorismo, se ha emitido un requerimiento dirigido al Ministerio de Gobierno, a efectos de que nos proporcionen la documentación pertinente sobre posibles nexos entre Baraldini y Rózsa”, sostuvo Suaznábar.
Baraldini (73) fue detenido en el aeropuerto de Santa Cruz de la Sierra cuando intentaba tomar un vuelo. La Policía de seguridad del aeropuerto lo aprehendió después de comprobar que el súbdito argentino portaba un carnet de identidad falso bajo el nombre de Marco Antonio Aponte. El Gobierno boliviano decidió expulsarlo de inmediato a su país de origen.
El ex coronel Luis Enrique Baraldini fue calificado prófugo de la justicia argentina por ser uno de los mayores represores de la provincia de La Pampa (centro de la Argentina y colindante con la provincia de Buenos Aires) en la dictadura militar (1976-1983) y comprometido con el levantamiento militar conocido como el de los Carapintadas, de abril de 1987, contra el gobierno democrático de Raúl Alfonsín.
En ese contexto, el fiscal Harry Suaznábar afirmó que se amplió la investigación en torno a Baraldini y a partir de la documentación que le llegue de parte del Gobierno se verán las posibles conexiones que haya tenido el ex militar argentino con la célula terrorista de Eduardo Rózsa Flores.
La madrugada del 16 de abril, una operación de élite de la Policía Boliviana desarticuló la célula terrorista de Rózsa Flores. El operativo policial se realizó en el céntrico hotel Las Américas de la ciudad de Santa Cruz.
Tras la desarticulación del grupo, la entidad del orden encontró armas y municiones en el stand de Cotas, con las cuales, según las investigaciones realizadas, este grupo pretendía generar separatismo, convulsionar el país y desestabilizar al gobierno de Evo Morales. Actualmente, existen dos detenidos, Elot Toazo y Mario Tadic.
Texto y fotos: Cambio
jueves, 12 de enero de 2012
2012: LA BATALLA POR LA IDENTIDAD NACIONAL Y EL ESTADO PLURINACIONAL

Arturo D. Villanueva Imaña
Los procesos sociales como la construcción de una identidad nacional, evidentemente demandan tiempo e implican diversas y complejas interacciones en la sociedad y sus componentes históricos, culturales, económicos, etc. En ese marco, existen episodios como la realización del censo nacional que jugará un papel trascendental en esa perspectiva, puesto que dependiendo del tipo y enfoque de las preguntas que se realizarán, se puede establecer, anular o destacar determinadas características identitarias que hacen al ser nacional. Es decir, que influirán y marcarán en el imaginario social del conjunto de la población, aquello que desde la conquista y colonización de América, constituye una permanente búsqueda sobre lo que representa y significa el hombre boliviano. Veamos pues algunas aristas de este trascendental asunto para nuestro país.
La realización del Censo Nacional de Población previsto para el presente año 2012, no es un asunto menor que sólo deba ser analizado bajo los tradicionales y largamente discutidos argumentos técnicos y metodológicos que entraña, sobre todo tomando en consideración que se realizará en el nuevo contexto del Estado Plurinacional, cuyo proceso de construcción no solo demanda la disponibilidad de información estadística y poblacional completa, objetiva y confiable, sino que ésta responda a los nuevos desafíos, estructura y enfoque Constitucional.
Es decir, no se trata únicamente (también lo es) de un instrumento técnico que permitirá retratar y actualizar la nueva realidad y los datos nacionales disponibles, y cuánto se ha cambiado respecto del año 2001; sino que debería contribuir al establecimiento de las bases para diseñar y efectuar el seguimiento correspondiente al nuevo modelo de desarrollo establecido en la Constitución Política del Estado, donde, por ejemplo, se establece el mandato y los lineamientos para construir el paradigma del Vivir Bien como modelo alternativo al sistema capitalista y neoliberal.
Sin embargo de la gran importancia que tiene el censo nacional en lo que se refiere a la planificación del desarrollo (habida cuenta que debería ser encarada en concordancia al nuevo modelo de sociedad), y respecto del cual ya deberían haberse tomado previsiones para establecer nuevos indicadores y parámetros que, a diferencia de los tradicionalmente utilizados en censos anteriores, permitan medir lo avanzado bajo el nuevo enfoque del Vivir Bien en armonía con la naturaleza; en este caso y en vista de que en la opinión pública ya se han planteado algunas inquietudes acerca de la necesidad de establecer claramente las identidades culturales y la pertinencia (o no) de incluir la categoría de “mestizo”, es que abordaré este último aspecto que, según mi modesto criterio, está relacionado con la construcción de la Identidad Nacional y no se trata únicamente de un asunto estrictamente técnico y libre de toda sospecha, como se trasluce de algunos criterios conocidos por la opinión pública.
Si efectuamos una apretada síntesis acerca del significado y los alcances del censo nacional, se pueden destacar los siguientes aportes:
· Permite determinar la situación actual y establecer un parámetro de comparabilidad con los datos censales disponibles de décadas pasadas, acerca de las condiciones socio-económicas, identitarias, demográficas, ocupacionales, educativas, de acceso a servicios y otros aspectos del conjunto de la población nacional.
· Establece los datos primarios fundamentales para la planificación del desarrollo, incluyendo la identificación de los sectores, las regiones y el tipo de población que demanda la atención del Estado, en vista de la situación de pobreza, vulnerabilidad, exclusión o explotación en la que se encuentren.
· Brinda los insumos necesarios para definir la distribución de la renta nacional y del impuesto directo a los hidrocarburos (IDH) a nivel departamental, regional, municipal e indígena, así como la asignación de la cantidad de escaños que corresponden por población en las instancias legislativas del Congreso Plurinacional (que también podrían ser extensivas a las Asambleas legislativas de los gobiernos departamentales, municipales e indígenas que son resultantes del nuevo régimen autonómico del país).
· Permite establecer la cantidad, distribución y diversidad de las identidades culturales y étnicas que existen en el país.
· Trasluce y responde a un enfoque y tipo de desarrollo que (salvo casos excepcionales como el reino de Butan en la cordillera de los Himalayas, donde se ha establecido el índice de la felicidad nacional como indicador principal del bienestar y el desarrollo de ese país) en la generalidad de los casos está vinculada al modelo capitalista predominante, cuyos parámetros en Bolivia ya deberían haber sido replanteados y reformulados en la boleta censal, para superar las metodologías tradicionales de medición del desarrollo, la pobreza y el bienestar y, sobre todo, contribuir al establecimiento de un modelo alternativo basado en el Vivir Bien y la armonía con la naturaleza.
Ahora bien, enumerados algunos aportes del Censo entre los que destaca el último punto que, en vista de su incidencia determinante en la planificación y el enfoque del desarrollo nacional, debería ser incluido como un aspecto fundamental del debate nacional; salvo que el país esté dispuesto a retrasar por otra década más y continúe utilizando indicadores e instrumentos de medición del desarrollo y el bienestar que corresponden a metodologías tradicionales que se encuentran en la vereda opuesta a lo establecido en la Constitución Política del Estado y el Vivir Bien, hagamos mención al asunto de la identidad nacional que también está relacionado con la realización del Censo.
Reeditando pasadas pero siempre permanentes y actuales preocupaciones vinculadas con el asunto de la identidad nacional, se ha vuelto a poner en debate la pertinencia de incluir la categoría de mestizo como parte de la boleta censal.
El asunto no es menor, puesto que efectivamente esta categoría no solo ha estado ausente en el anterior censo del 2001, sino que a pesar de representar a una muy importante mayoría poblacional que reclama esta característica como parte de su identidad, también implicaría supuestamente una especie de discriminación o “ninguneo” que se produce en la realización de las preguntas del censo, al desconocer una característica esencial del ser boliviano. Sin embargo, este razonamiento no toma en cuenta o ignora intencionadamente (tal vez encubriendo y ocultando otro tipo de intereses), los siguientes argumentos en contra de su inclusión:
· Jurídicamente y para la aplicación y cumplimiento de derechos individuales y/o colectivos reconocidos en la legislación nacional, no tiene ninguna trascendencia, puesto que lo mestizo no es un sujeto legal como sucede por ejemplo con los pueblos indígenas que, junto a los derechos individuales reconocidos para toda la población, también posee derechos colectivos propios.
· Implicaría incorporar criterios raciales junto a las categorías culturales utilizadas para la autoidentificación o autopertenencia; lo cual al margen de no ser aconsejable técnicamente, contribuiría a introducir factores distorsionantes en la metodología y los resultados censales, cuyo efecto podría ayudar a confundir la percepción ciudadana.
· La incorporación de lo mestizo responde a una muy antigua y larga intencionalidad ideológica y política por la cual se busca(ba) desarrollar un imaginario nacional homogéneo, monocultural, individualista y liberal republicano, en el que las identidades culturales y la diversidad étnica se anulan y desaparecen, para dar lugar al tipo de sociedad occidental acorde con el sistema colonial y capitalista predominante.
· Supondría incluir connotaciones racistas muy propias de visiones y enfoques excluyentes y xenofóbicos que tendencialmente podría utilizarse para anular o invisibilizar la diversidad cultural y las identidades diferenciadas de los pueblos indígenas, afectando además el carácter plurinacional del Estado y la sociedad boliviana.
· Ayudaría a complicar y complejizar innecesariamente un adecuado proceso de caracterización de la identidad y la diversidad plurinacional, solo bajo el débil argumento de incorporar (supuestamente por razones de equidad e inclusión), una característica racial como es lo mestizo, pero que no tiene ninguna utilidad ni individual ni colectiva para el ejercicio de la ciudadanía boliviana.
Los procesos sociales como la construcción de una identidad nacional, evidentemente demandan tiempo e implican diversas y complejas interacciones en la sociedad y sus componentes históricos, culturales, económicos, etc. En ese marco, existen episodios como la realización del censo nacional que jugará un papel trascendental en esa perspectiva, puesto que dependiendo del tipo y enfoque de las preguntas que se realizarán, se puede establecer, anular o destacar determinadas características identitarias que hacen al ser nacional. Es decir, que influirán y marcarán en el imaginario social del conjunto de la población, aquello que desde la conquista y colonización de América, constituye una permanente búsqueda sobre lo que representa y significa el hombre boliviano. Veamos pues algunas aristas de este trascendental asunto para nuestro país.
La realización del Censo Nacional de Población previsto para el presente año 2012, no es un asunto menor que sólo deba ser analizado bajo los tradicionales y largamente discutidos argumentos técnicos y metodológicos que entraña, sobre todo tomando en consideración que se realizará en el nuevo contexto del Estado Plurinacional, cuyo proceso de construcción no solo demanda la disponibilidad de información estadística y poblacional completa, objetiva y confiable, sino que ésta responda a los nuevos desafíos, estructura y enfoque Constitucional.
Es decir, no se trata únicamente (también lo es) de un instrumento técnico que permitirá retratar y actualizar la nueva realidad y los datos nacionales disponibles, y cuánto se ha cambiado respecto del año 2001; sino que debería contribuir al establecimiento de las bases para diseñar y efectuar el seguimiento correspondiente al nuevo modelo de desarrollo establecido en la Constitución Política del Estado, donde, por ejemplo, se establece el mandato y los lineamientos para construir el paradigma del Vivir Bien como modelo alternativo al sistema capitalista y neoliberal.
Sin embargo de la gran importancia que tiene el censo nacional en lo que se refiere a la planificación del desarrollo (habida cuenta que debería ser encarada en concordancia al nuevo modelo de sociedad), y respecto del cual ya deberían haberse tomado previsiones para establecer nuevos indicadores y parámetros que, a diferencia de los tradicionalmente utilizados en censos anteriores, permitan medir lo avanzado bajo el nuevo enfoque del Vivir Bien en armonía con la naturaleza; en este caso y en vista de que en la opinión pública ya se han planteado algunas inquietudes acerca de la necesidad de establecer claramente las identidades culturales y la pertinencia (o no) de incluir la categoría de “mestizo”, es que abordaré este último aspecto que, según mi modesto criterio, está relacionado con la construcción de la Identidad Nacional y no se trata únicamente de un asunto estrictamente técnico y libre de toda sospecha, como se trasluce de algunos criterios conocidos por la opinión pública.
Si efectuamos una apretada síntesis acerca del significado y los alcances del censo nacional, se pueden destacar los siguientes aportes:
· Permite determinar la situación actual y establecer un parámetro de comparabilidad con los datos censales disponibles de décadas pasadas, acerca de las condiciones socio-económicas, identitarias, demográficas, ocupacionales, educativas, de acceso a servicios y otros aspectos del conjunto de la población nacional.
· Establece los datos primarios fundamentales para la planificación del desarrollo, incluyendo la identificación de los sectores, las regiones y el tipo de población que demanda la atención del Estado, en vista de la situación de pobreza, vulnerabilidad, exclusión o explotación en la que se encuentren.
· Brinda los insumos necesarios para definir la distribución de la renta nacional y del impuesto directo a los hidrocarburos (IDH) a nivel departamental, regional, municipal e indígena, así como la asignación de la cantidad de escaños que corresponden por población en las instancias legislativas del Congreso Plurinacional (que también podrían ser extensivas a las Asambleas legislativas de los gobiernos departamentales, municipales e indígenas que son resultantes del nuevo régimen autonómico del país).
· Permite establecer la cantidad, distribución y diversidad de las identidades culturales y étnicas que existen en el país.
· Trasluce y responde a un enfoque y tipo de desarrollo que (salvo casos excepcionales como el reino de Butan en la cordillera de los Himalayas, donde se ha establecido el índice de la felicidad nacional como indicador principal del bienestar y el desarrollo de ese país) en la generalidad de los casos está vinculada al modelo capitalista predominante, cuyos parámetros en Bolivia ya deberían haber sido replanteados y reformulados en la boleta censal, para superar las metodologías tradicionales de medición del desarrollo, la pobreza y el bienestar y, sobre todo, contribuir al establecimiento de un modelo alternativo basado en el Vivir Bien y la armonía con la naturaleza.
Ahora bien, enumerados algunos aportes del Censo entre los que destaca el último punto que, en vista de su incidencia determinante en la planificación y el enfoque del desarrollo nacional, debería ser incluido como un aspecto fundamental del debate nacional; salvo que el país esté dispuesto a retrasar por otra década más y continúe utilizando indicadores e instrumentos de medición del desarrollo y el bienestar que corresponden a metodologías tradicionales que se encuentran en la vereda opuesta a lo establecido en la Constitución Política del Estado y el Vivir Bien, hagamos mención al asunto de la identidad nacional que también está relacionado con la realización del Censo.
Reeditando pasadas pero siempre permanentes y actuales preocupaciones vinculadas con el asunto de la identidad nacional, se ha vuelto a poner en debate la pertinencia de incluir la categoría de mestizo como parte de la boleta censal.
El asunto no es menor, puesto que efectivamente esta categoría no solo ha estado ausente en el anterior censo del 2001, sino que a pesar de representar a una muy importante mayoría poblacional que reclama esta característica como parte de su identidad, también implicaría supuestamente una especie de discriminación o “ninguneo” que se produce en la realización de las preguntas del censo, al desconocer una característica esencial del ser boliviano. Sin embargo, este razonamiento no toma en cuenta o ignora intencionadamente (tal vez encubriendo y ocultando otro tipo de intereses), los siguientes argumentos en contra de su inclusión:
· Jurídicamente y para la aplicación y cumplimiento de derechos individuales y/o colectivos reconocidos en la legislación nacional, no tiene ninguna trascendencia, puesto que lo mestizo no es un sujeto legal como sucede por ejemplo con los pueblos indígenas que, junto a los derechos individuales reconocidos para toda la población, también posee derechos colectivos propios.
· Implicaría incorporar criterios raciales junto a las categorías culturales utilizadas para la autoidentificación o autopertenencia; lo cual al margen de no ser aconsejable técnicamente, contribuiría a introducir factores distorsionantes en la metodología y los resultados censales, cuyo efecto podría ayudar a confundir la percepción ciudadana.
· La incorporación de lo mestizo responde a una muy antigua y larga intencionalidad ideológica y política por la cual se busca(ba) desarrollar un imaginario nacional homogéneo, monocultural, individualista y liberal republicano, en el que las identidades culturales y la diversidad étnica se anulan y desaparecen, para dar lugar al tipo de sociedad occidental acorde con el sistema colonial y capitalista predominante.
· Supondría incluir connotaciones racistas muy propias de visiones y enfoques excluyentes y xenofóbicos que tendencialmente podría utilizarse para anular o invisibilizar la diversidad cultural y las identidades diferenciadas de los pueblos indígenas, afectando además el carácter plurinacional del Estado y la sociedad boliviana.
· Ayudaría a complicar y complejizar innecesariamente un adecuado proceso de caracterización de la identidad y la diversidad plurinacional, solo bajo el débil argumento de incorporar (supuestamente por razones de equidad e inclusión), una característica racial como es lo mestizo, pero que no tiene ninguna utilidad ni individual ni colectiva para el ejercicio de la ciudadanía boliviana.
Texto: AVI
Foto: ilanaveva
jueves, 5 de enero de 2012
A propósito de malinches y marchitas

El vicepresidente García ha mostrado, en un reciente discurso de fervorosa salutación a la marcha del Conisur, que tiene una comprensión muy sui géneris de la historia del continente, pues ha calificado de “malinches” a los indígenas que marcharon en defensa del TIPNIS.
Estos comunarios, según lo acreditan varios estudios libres de toda sospecha política y mucho antes de esta conflictiva coyuntura, fueron, entre los pueblos indígenas de la actual Bolivia, los que quizá tuvieron más éxito en resistir el largo y devastador proceso de la colonización y en preservar sus formas de vida, su identidad y su territorialidad ancestrales. Por eso mismo, no es casual que fueran ellos, con la marcha por el territorio y la dignidad de 1990, quienes conquistaran el reconocimiento de los territorios y los derechos indígenas en Bolivia.
Desde entonces, siempre merced a su lucha y su iniciativa comunitaria autónoma, han logrado que el Isiboro Sécure, en tanto su territorio histórico, sea titulado como Tierra Comunitaria de Origen (TCO) en su favor, y han sabido preservar ese derecho territorial de la creciente y despiadada presión de los actores externos. Como el mismo Gobierno solía destacarlo, antes de adoptar la política de la calumnia contra el movimiento indígena, su participación en la gestión del parque nacional fue ejemplar.
Pero para el Vicepresidente del Estado Plurinacional, estos indígenas son parangonables a la “Malinche”, la amante indígena que ayudó a Hernán Cortez a conquistar México. Tan nefasto personaje, bajo el Gobierno “indígena” que encabeza García, no merecería menos que ser gasificado, amordazado, maniatado y subido a golpes al bus que lo borre del mapa. Todo “por su propia seguridad”, por supuesto.
Para el mismo García, los “verdaderos indígenas” son los de Conisur, los que “viven en el TIPNIS” según varios otros voceros gubernamentales. Es bueno saber, sin embargo, que Conisur representa a 15 de las 64 comunidades indígenas asentadas en el área del parque. Es aquella parte de la población yuracaré que cuando se produjo el masivo avasallamiento cocalero de su territorio en los años 80, a diferencia de la otra y mayor parte que prefirió replegarse selva adentro para preservar su libertad y su forma de vida, optó por permanecer allí y experimentó, con rápida gradualidad, una plena asimilación social, económica y organizativa a la población colonizadora.
Debido a ello, estas comunidades indígenas están integradas a la dominante economía de la coca, y están afiliadas a la organización sindical de los colonizadores. Mucho más revelador aun del profundo grado de su asimilación es que renunciaron a su territorialidad tradicional y a la ocupación comunitaria de la tierra, bases de la cosmovisión, identidad y organización social indígenas. Por eso mismo, no son parte de la TCO y, salvo una de ellas, han optado por la titulación individual y parcelaria de la tierra, de acuerdo con la voluntad y expectativas mercantiles de los sindicatos colonizadores que integran. En rigor de los hechos, tampoco son parte del parque nacional, pues si bien el área de su asentamiento es formalmente parte de éste, no está integrada a su gestión y en ella no se cumplen ni las más básicas normas de protección de la vida silvestre.
El Vicepresidente tiene también problemas para apreciar las proporciones de la realidad. En su enfurecido libro contra el “oenegismo derechista”, a tiempo de atribuirles a las ONG la autoría de la VIII marcha indígena, la considera como una “pequeña marcha”. Si esa marcha que motivó el activo apoyo de la gran mayoría de la sociedad boliviana y movilizó un millón de personas a su llegada a La Paz era pequeña, me pregunto qué será la de Conisur, con la que el Gobierno, más candoroso que cínico, se autodemanda la retractación del compromiso que asumió frente al movimiento indígena y la sociedad boliviana toda, con la ley de protección del TIPNIS y su reglamentación.
Lo que se vio a su llegada a Cochabamba, donde más respaldo podía recibir y pese al ardoroso apoyo de los máximos líderes de la “revolución” en persona, fue una pequeña, escuálida, solitaria y triste columna en la que unos 200 indígenas del Conisur eran seguidos por el doble de militantes masistas y funcionarios públicos, en medio de calles y plazas que la indiferencia ciudadana dejó desiertas.
Pareciera que el vicepresidente García, en un inconsciente impulso de retorno a la realidad, está buscando que una IX marcha indígena le devuelva el cabal sentido de la historia y de las proporciones de la movilización social. Faltaría saber si asumiría el respectivo costo político.
Texto: Bolpress
Foto: La Prensa
Estos comunarios, según lo acreditan varios estudios libres de toda sospecha política y mucho antes de esta conflictiva coyuntura, fueron, entre los pueblos indígenas de la actual Bolivia, los que quizá tuvieron más éxito en resistir el largo y devastador proceso de la colonización y en preservar sus formas de vida, su identidad y su territorialidad ancestrales. Por eso mismo, no es casual que fueran ellos, con la marcha por el territorio y la dignidad de 1990, quienes conquistaran el reconocimiento de los territorios y los derechos indígenas en Bolivia.
Desde entonces, siempre merced a su lucha y su iniciativa comunitaria autónoma, han logrado que el Isiboro Sécure, en tanto su territorio histórico, sea titulado como Tierra Comunitaria de Origen (TCO) en su favor, y han sabido preservar ese derecho territorial de la creciente y despiadada presión de los actores externos. Como el mismo Gobierno solía destacarlo, antes de adoptar la política de la calumnia contra el movimiento indígena, su participación en la gestión del parque nacional fue ejemplar.
Pero para el Vicepresidente del Estado Plurinacional, estos indígenas son parangonables a la “Malinche”, la amante indígena que ayudó a Hernán Cortez a conquistar México. Tan nefasto personaje, bajo el Gobierno “indígena” que encabeza García, no merecería menos que ser gasificado, amordazado, maniatado y subido a golpes al bus que lo borre del mapa. Todo “por su propia seguridad”, por supuesto.
Para el mismo García, los “verdaderos indígenas” son los de Conisur, los que “viven en el TIPNIS” según varios otros voceros gubernamentales. Es bueno saber, sin embargo, que Conisur representa a 15 de las 64 comunidades indígenas asentadas en el área del parque. Es aquella parte de la población yuracaré que cuando se produjo el masivo avasallamiento cocalero de su territorio en los años 80, a diferencia de la otra y mayor parte que prefirió replegarse selva adentro para preservar su libertad y su forma de vida, optó por permanecer allí y experimentó, con rápida gradualidad, una plena asimilación social, económica y organizativa a la población colonizadora.
Debido a ello, estas comunidades indígenas están integradas a la dominante economía de la coca, y están afiliadas a la organización sindical de los colonizadores. Mucho más revelador aun del profundo grado de su asimilación es que renunciaron a su territorialidad tradicional y a la ocupación comunitaria de la tierra, bases de la cosmovisión, identidad y organización social indígenas. Por eso mismo, no son parte de la TCO y, salvo una de ellas, han optado por la titulación individual y parcelaria de la tierra, de acuerdo con la voluntad y expectativas mercantiles de los sindicatos colonizadores que integran. En rigor de los hechos, tampoco son parte del parque nacional, pues si bien el área de su asentamiento es formalmente parte de éste, no está integrada a su gestión y en ella no se cumplen ni las más básicas normas de protección de la vida silvestre.
El Vicepresidente tiene también problemas para apreciar las proporciones de la realidad. En su enfurecido libro contra el “oenegismo derechista”, a tiempo de atribuirles a las ONG la autoría de la VIII marcha indígena, la considera como una “pequeña marcha”. Si esa marcha que motivó el activo apoyo de la gran mayoría de la sociedad boliviana y movilizó un millón de personas a su llegada a La Paz era pequeña, me pregunto qué será la de Conisur, con la que el Gobierno, más candoroso que cínico, se autodemanda la retractación del compromiso que asumió frente al movimiento indígena y la sociedad boliviana toda, con la ley de protección del TIPNIS y su reglamentación.
Lo que se vio a su llegada a Cochabamba, donde más respaldo podía recibir y pese al ardoroso apoyo de los máximos líderes de la “revolución” en persona, fue una pequeña, escuálida, solitaria y triste columna en la que unos 200 indígenas del Conisur eran seguidos por el doble de militantes masistas y funcionarios públicos, en medio de calles y plazas que la indiferencia ciudadana dejó desiertas.
Pareciera que el vicepresidente García, en un inconsciente impulso de retorno a la realidad, está buscando que una IX marcha indígena le devuelva el cabal sentido de la historia y de las proporciones de la movilización social. Faltaría saber si asumiría el respectivo costo político.
Texto: Bolpress
Foto: La Prensa
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