viernes, 11 de junio de 2010

Otro "homenaje" al Chaco y su Guerra


El día 5 de junio empezó como estaba previsto. Desayuno a las 8, breve charla con Humberto, alistarse y salir en primera instancia hacia IA. En ese momento no imaginaba que éste iba a se uno de los días más intensos que recuerde.

DOLOR Y RABIA: EL HÍGADO DEL PLANETA

“Si el pulmón del planeta es la Amazonía, El Chaco es el hígado. Y hay más muertes hepáticas que pulmonares en el mundo”, afirmó contundente pero pausado Júnior de IA. Allí todavía se encuentran seis pequeños grupos de ayoreos en aislamiento voluntario. Visionarios evitando participar de este crimen que a veces es la humanidad. Guardianes de los bosques, guardianes de los valores que hace rato los ciudadanos “civilizados” del mundo hemos perdido. Pero la deforestación en pos de más vacas los va cercando, los va arrinconando cada vez más en un territorio y monte (eami) ínfimo, se los va comiendo como apocalíptico mensaje de lo que se viene………… las vacas no son alimento para el hombre, el hombre es el alimento de las vacas, por las consecuencias que esto tiene, por criarlas a esa escala, a ese costo.

El Gran Chaco americano es el segundo bioma en importancia del continente, abarca el 60% del “territorio paraguayo”. Las comillas no son casuales porque este bioma está en manos de menonitas, holandeses, brasileros, gringos, argentinos, uruguayos, colombianos, coreanos, franceses y un largo etcétera, y claro, algunos “paraguayos” de los cuales pende un ticket con su respectivo precio, con un código de barras que le quita dignidad, que le quita su identidad y los hace objeto. Esa realidad se repite, Argentina, Brasil, Bolivia, la cosa es igual. Pero a quién le importa, esos son los tipos de éxito, los que se pavonean en la política, en los congresos, son los que exponen autos de último modelo, los que se ríen de los honestos. En fin, son los que nos representan……será por algo.

Las nuevas áreas de pastoreo se extienden como eccemas, como suciedad que va manchando los mapas satelitales que nos muestran. Como un virus que se ha apropiado de todo y lo destruye todo. Crece y crece cada año mientras la humanidad ignora lo que pasa, mientras ignoramos las consecuencias y seguimos comiendo las carnes de las vacas sin darnos cuenta que en realidad nos comemos a nosotros mismos. Antropófagos suicidas.

Los de IA lo han denunciado y ahora son también parias, los memonitas que son dueños de casi todo e influyentes en el resto, se niegan o prohíben que se les alquile casas. Ellos también han tenido que irse fuera de la colonia, a sus márgenes, íntimamente pienso que no es tan malo ¿Qué de bueno puede tener vivir en medio de la podredumbre?

No puedo evitar pensar en que el ser humano debería suicidarse masivamente como último acto de dignidad, como última expresión de ese amor que vamos dejando como simple accesorio. Un harakiri honesto por haber fracasado como especie. Un “suicidio en defensa propia” como dijo el Víctor Hugo.

DEPRESIÓN: HANNES

La movilidad se abre paso por interminables caminos menonitas, levantando polvo y arena, prueba irrefutable de la desertificación que genera el “progreso”. El tiempo pasa, el camino sigue una línea recta que se pierde en el horizonte. La única emoción es doblar a la derecha en noventa grados, y de nuevo esa línea recta interminable que parece llevarnos directamente al infierno.

Llegamos por fin a la comunidad Campo Grande, me pregunto “grande” para quién. Nos da la bienvenida un cartel polvoriento pero colorido que dice “Comunidad Indígena – Prohibida la venta de alcohol”. El vehículo avanza lento. Vemos a la izquierda la cancha de fútbol, está llena de hombres Enlhet que juegan. Un equipo luce orgulloso la camiseta paraguaya, el otro es una mixtura de colores. Nuestra presencia ni siquiera los inmuta. Un poco más allá está la cancha de voleibol. Allí están las mujeres, los niños y niñas. Juegan felices, todas participan, unas de jugadoras otras de público, otras cuidan niños sentadas en el piso. Charlan, ríen. Alguna nos clava una mirada indolente, inexpresiva, parece que nada importa.

Hacemos dos curvas más y llegamos. Bajamos del vehículo y nos ladra una perra muerta de hambre, con sus cachorros colgados de sus tetas, más que buscando alimento cuelgan por costumbre e instinto. Abrimos la pequeña reja de madera cuya única seguridad son los alambres que hacen de bisagras y “pestillo”. Caminamos unos veinte metros dentro del lote, a la mano derecha se ven unas ovejas que comen no sé qué hierbas.

Entonces aparece Hannes Kalisch, el alemán “loco” que vive con los Enlhet como uno más de ellos. Hijo (adoptivo) de una familia de ellos, casado con una mujer Enlhet. Ejerciendo la uxorilocalidad voluntariamente, concientemente, dignamente. Tiene los ojos azules intensos, un iris que mira fijo y parece entrar a la conciencia. Le calculo unos treinta y tantos aunque luego me entero que son cuarenta y tantos. Sus cabellos son de un castaño polvoriento. Tiene la piel morena, pero no es su color natural, es el color que él decidió tener y luce contento, es el color con el que quiso pintarse, el color que se ganó y lleva orgulloso. Lleva un polar verde, por dentro una camisa a rayas, unos pantalones negros de jean descolorido y con algún que otro remiendo. Imagino que remiendos también tiene su alma. Sus zapatos son de lona y goma. En toda su indumentaria se ve una capa del polvo chaqueño característico.

Hannes nació en una de las colonias de la zona pues su padre, alemán de origen “puro”, daba clases de su idioma en uno de tantos colegios en los que los menonitas buscan no olvidar su orgulloso pasado, su sangre intacta. De niño jugaba con otros niños indígenas. Cuando se hizo un poco más grande su familia decide volver a Alemania, pero él nunca olvida su lugar de nacimiento, ni los niños indígenas con los que jugaba, ni a los hombres, ni sus familias, ni las historias que escuchaba. Apenas alcanza la mayoría de edad decide hacer un servicio social a cambio del servicio militar. Obviamente vuelve a las colonias, mejor dicho, a las comunidades indígenas atrapadas en medio de las colonias. Cuando acaba el tiempo en el cual él recibe su estipendio, los menonitas quieren sacarlo de allí. No está bien que alguien como él conviva, viva como indígena. Él se resiste, busca excusas……que el trabajo inconcluso, que sus papeles. Finalmente admite que no lo quieren, los menonitas no lo quieren. Y toma la decisión que le cambia la vida, o que quizás lo devuelve a la vida. Él se queda en la comunidad, cobijado por una familia, su nueva familia. Sus padres (sanguíneos) y sus amigos lo convencen que vuelva a Alemania, que estudie una carrera que le permita volver y servir “mejor”. Él lo hace, estudia lingüística en la mitad del tiempo normal, no quiere título, no le importa, no le sirve, ya consiguió lo que quería. Y vuelve a su casa, su verdadera casa, su comunidad Enlhet. Se casa y tiene hijos (adoptivos dicen), pero qué importa, él también lo es.

Hannes aprende la lengua y se expresa mejor que muchos. Aprende palabras, las analiza, las disecciona. Se da cuenta que nuestro lenguaje no es suficiente para explicar sus verdaderos significados, que nuestro lenguaje no hace más que ayudar a matar la lengua indígena al intentar explicarla. Nos cuenta que ni duerme durante noches seguidas, angustiado porque las palabras no son suficientes, porque la verdadera “carne” de las palabras sólo la sienten algunos viejitos, pero éstos se mueren, a éstos los mata el abandono, el sometimiento a la colonia, la evangelización que hace años los “salvó” del “salvajismo”. Hannes se cuestiona y sin pensarlo me cuestiona, que para qué sirve lo que hace, que quizás sirva para consolidar este modelo que destruye lo auténtico………es posible, pienso, las palabras y el sentido se mueren, y nosotros sólo repetimos palabras muertas, palabras sin carne.

Hannes graba películas, graba imágenes, graba relatos de los ancianos, y se niega a ver tele porque quiere guardar estas escenas, estos relatos intactos en su mente, tatuados en su alma. Se niega a contaminarlos. Y esto me vuelve a cuestionar, siento su dolor, siento su compromiso. Nos relata que uno de los momentos simbólicos en que los indígenas comienzan a someterse es en medio de la guerra del Chaco, están ahí, al medio, los matan los paraguayos, los matan los bolivianos. Una viejita le cuenta cómo matan a su madre cuando ésta la cargaba, que lo último que ella recuerda es que está espantando a los buitres que se comen la carne de su madre. Los indígenas están vencidos, no pueden contra esta guerra. Y llegan los menonitas, y se creen que son la salvación, y se someten, y no se dan cuentan que al hacerlo entregan su alma, sus tierras, su identidad. Y ahora no son nada. Son palabras sin carne. Y repiten versículos que no sienten.

Y Hannes se vuelve a preguntar para qué sirve lo que hace………y yo también lo hago.

La vida de Hannes interpela, por el simple hecho de existir, por el simple hecho de haber tenido el coraje que muchos no tenemos. Porque rompió con todo lo que era, y se forjó de nuevo a sí mismo, mirándose en el monte, mirándose en los Enlhet, mirándose en los indígenas, mirándose desde la pobreza, que es lo que todos deberíamos hacer.

El tereré se ha terminado y la charla también. La tarde cae. Nos despedimos, nos prometemos volver a vernos, para que la palabra fluya, para que se dé el compartir.

Estoy en deuda y la voy a honrar.

EMOCIÓN: LA GLORIA DEL SOLDADO BOLIVIANO

De nuevo el camino, las líneas rectas. Nadie dice nada. Y llegamos, está cerca de la comunidad, como si las tragedias se buscaran, como si quisieran estar cerca para protegerse del olvido. Otro letrero nos recibe “Fortín Boquerón”.

Unos metros más allá y vemos el campo de batalla, hoy sólo un recuerdo. Y la Zulma viene a mi cabeza y me canta……..”Boquerón abandonado”. Mi piel se eriza. Lloro en silencio, lloro sin lágrimas. El fortín es un campo abierto, cercado de barricadas de troncos y tierra en su frente principal, el resto, rodeado por trincheras. Antes lo rodeaban también los pajonales, el monte, hoy las haciendas, los caminos. Quedan los senderos, la zona del rancho, la “comandancia”, algún muro destruido, el pozo de agua que permitió aguantar el asedio pero que luego se envenenó por los cuerpos muertos………..y el cementerio.

Casi escucho a Marzana dando órdenes. Casi escucho el lamento de los heridos, medio vivos, codo a codo con los cadáveres de sus camaradas, hinchados, podridos, desgarrados, sangrantes. Ya no hay medicinas, sólo queda moral, y cada vez menos. Casi siento el olor a la carne quemada y pólvora. Casi escucho silbar las balas, rompiendo pieles, quebrando huesos. Seiscientos harapientos, seiscientos muertos de hambre y sed resistiendo los embates de miles de paraguayos, miles de ellos pagan con sus vidas las arengas que los llevan a la muerte para defender la “patria”.

Y llega la mañana del 29 de septiembre, y entran los paraguayos. Y en lugar se subir su moral ésta baja, no encuentran los miles de bolivianos que esperaban, que pensaban que estaban, y no están. No entienden cómo esos poco más de seiscientos despojos humanos resistieron tanto, sin comida, sin agua, sin balas, sin armas, sin razones, sin una patria por detrás. Y se ven reflejados. Y no sienten orgullo ¿Para qué será esta guerra? ¿Quién ganó esta guerra? Quién puede explicar a esas miles de familias que sus hijos murieron para……….quién mierda sabe.

Y lloro en silencio, lloro sin lágrimas porque no entiendo, porque de nuevo veo la miseria humana, porque de nuevo nos matamos y nadie sabe por qué. Porque sigue sucediendo. Nadie sabe qué ganó. Sólo nos queda un dato, las miles de víctimas que entregaron su vida pensando que defendían sus patrias. Y vivimos con orgullo. Deberíamos vivir con vergüenza.

EMBELEZO: COLORES

La tarde cae con todo. Mi mente no para, mi corazón está acongojado. De nuevo el camino, esta vez envuelto en las sombras que empiezan a aparecer. Otra vez el silencio. Y el cielo en colores de tarde moribunda, y los árboles que se dibujan sólo en sombras, las mismas que ocultan las miles de almas, los indígenas, los soldados, los viajeros, la historia misma. Y veo a los niños indígenas jugando, a los soldados riendo. Pero no son ellos, son sus recuerdos. Todos se han hecho monte, todos se han hecho historia. Y allí están, ocultos pero presentes. Y miro el cielo, los colores del atardecer que hacen persianas, los azules, las nubes, los rojos, los naranjas que el sol pinta despidiéndose hasta mañana, como dándonos otra oportunidad.

Y por fin lo entiendo. Ya no estoy triste. Estoy feliz, me siento bien, me siento afortunado de sentir lo que siento, de ver lo que veo, de estar donde estoy. De tener a quien tengo aunque ausentes.

Y ahora me acuerdo por qué estoy. Y ahora sé qué hacer. Y Hannes pregunta en mi cabeza de nuevo si servirá lo que hacemos. Y le(me) respondo que sí. Que soñar es necesario, que amar es necesario, que no olvidar es necesario, que cuidar es necesario. Que los niños que no fueron necesitan ese monte, que la paz que no fue, que no hay, necesita que gritemos y peleemos, para que los soldados hayan alcanzado su razón…………la paz, la armonía, aunque no lo hayan sabido entonces.

Que los ayoreos nos guíen.

Ya estoy mejor.

Nómada
Imagen: lasteologias

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