jueves, 15 de marzo de 2012

Domitila



Alfonso Gumucio Dagron

A sus 74 años de edad ha muerto Domitila Barrios de Chungara, valiente mujer de las minas de Bolivia, dirigente del combativo Comité de Amas de Casa de Siglo XX, organización que supo hacerle frente a todas las dictaduras y gobiernos autoritarios durante las décadas de 1960, 1970 y 1980.

“Quiero seguir viviendo”, le decía Domitila a un periodista de Cochabamba, cuando a fines del 2010 fue hospitalizada para un tratamiento del cáncer de pulmón que la agobiaba desde 2008. Su tercer cáncer. Sin seguro médico y sin jubilación, el pronóstico estaba determinado por sus recursos y la solidaridad de algunos amigos, entre ellos varios funcionarios del gobierno del MAS. En la foto de prensa Domitila aparecía con una pañoleta cubriendo su cabeza, porque la quimioterapia la había dejado sin cabello. No quiero recordarla así, prefiero retener otras imágenes de ella, otros momentos.

Nació el 7 de mayo de 1937, hija de un campesino que migró a las minas en busca de una vida mejor. Se casó con un trabajador minero y tuvo 11 hijos, de los cuales solamente 7 sobrevivieron. Desde 1963, Domitila participó activamente en el Comité de Amas de Casa y saltó a la fama internacional a raíz de su protagonismo durante la Tribuna del Año Internacional de la Mujer, organizada por las Naciones Unidas y realizada en México, en 1975, donde “sus intervenciones produjeron un profundo impacto entre los presentes. Eso se debió, en gran parte, a que Domitila vivió lo que otras hablaron”, según narra Moema Viezzer.

Allí surgió la idea de Moema de recoger el relato de Domitila en el libro Si me permiten hablar… (1977) publicado por Editorial Siglo XXI y en innumerables ediciones en varios idiomas. Este libro fue estudiado por su estilo discursivo, no solamente leído, como atestigua el ensayo de 63 páginas de Mariluz Domínguez y Luis Oquendo. Años después David Acebey publicó un segundo libro de conversaciones, ¡Aquí también Domitila! (1985), que no alcanzó la notoriedad del primero.

“Pueblo chico, infierno grande…” y también “nadie es profeta en su tierra”, las dos sentencias me sirven para el párrafo que sigue.

Si bien el libro de Domitila mereció la admiración de miles de lectores en todo el mundo y dio a la conocer la lucha de los mineros bolivianos y de sus familias, en el propio país hubo quienes –entre sus propios compañeros de las minas- llevados por la envidia y los celos, denigraron a Domitila (y a Moema Viezzer también), diciendo que se había enriquecido “a costa del sudor y la sangre de los mineros”. Fueron expresiones de la típica mezquindad y el egoísmo tan comunes en un país sometido por la mediocridad y la pérdida de valores. Ojalá se hubiera enriquecido Domitila; se lo merecía por su valentía y porque era un mujer capaz de articular con pasión e inteligencia su relato sobre la realidad minera. Nadie lo hizo como ella, ninguna otra mujer de las minas proyectó la situación de los trabajadores bolivianos con tanta propiedad y sensibilidad. Pero en lugar de agradecerle, algunos la atacaron mezquinamente.

Luchadora infatigable, fue una de las cinco mujeres mineras que inició la huelga de hambre que fue uno de los factores determinantes de la caída del dictador Hugo Bánzer, luego de siete largos años en el poder. En los días de la huelga de hambre, a fines del 1977 y principios del 1978, visité el grupo que estaba en el diario Presencia, y allí conversé con Domitila, con Xavier Albó, con Luis Espinal y con otros amigos que se fueron sumando a ese grupo de huelguistas. Las fotos que tomé como testimonio –un rollo entero- han sido reproducidas muchas veces.

Semanas después, asistí a mi amigo Alain Labrousse en la realización del documental La huelga de hambre en las minas, donde entrevistamos a las mujeres que habían protagonizado la huelga.

En 1980, mientras trabajaba en el Centro de Investigación y Promoción del campesinado (CIPCA) hice un documental sobre ella: Domitila, la mujer y la organización, y publicamos además un folleto para acompañar el film, con dibujos de Clovis Díaz. Esto fue poco tiempo antes del golpe militar de Luis García Meza. No recuerdo qué suerte corrió ese documental realizado en super 8, probablemente se perdió durante el golpe, cuando muchos tuvimos que salir al exilio, Domitila a Suecia con todos sus hijos, y yo a México.

No fue la última vez que Domitila apareció en uno de mis documentales. Al regresar del exilio, filmamos una entrevista con ella para el documental La voz de las minas (1983) que co-realicé junto a Eduardo Barrios para Unesco, y nuevamente en 1984, cuando por tercera vez hacía el intento de terminar mi frustrada película sobre Luis Espinal, la volví a buscar en Siglo XX. Filmé su testimonio, que era esencial para describir la sensibilidad social de Lucho, a quien ella conoció muy bien.

Mi admiración por Domitila, además de mi afinidad con el movimiento social de los mineros, me llevó a incluirla como personaje en uno de mis cuentos, Interior mina, sobre la ocupación militar en las minas de Siglo XX y Catavi. El cuento ganó en México una mención en el concurso internacional “La palabra y el hombre”, en 1977, y además de perder la virginidad en la revista de ese nombre, se publicó en años siguientes en cinco antologías, las de Alfredo Medrano, Raquel Montenegro, Sandra Reyes (en inglés), Víctor Montoya, y hace un par de años la de Gaby Vallejo Canedo, publicada en Venezuela.

Además de este cuento y las películas en las que aparece, uno de los textos que Eduardo Galeano escribió sobre Domitila, debería servirnos para recordarla:

Recuerdo una asamblea obrera, en las minas de Bolivia, hace ya un tiempito, más de treinta años: una mujer se alzó, entre todos los hombres, y preguntó cuál es nuestro enemigo principal. Se alzaron voces que respondieron “El imperialismo”, “La oligarquía”, “La burocracia”… Y ella, Domitila Chungara, aclaró: "No, compañeros. Nuestro enemigo principal es el miedo, y lo llevamos adentro". Yo tuve la suerte de escucharla. Nunca olvidé.


Texto: Bolpress

Foto: lostiempos

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