Ramón Rocha Monroy
En febrero de 1985, el Boletín FACES, del taller de tesis de la Facultad de Economía y Estudios Sociales publicó un número de homenaje al pensador boliviano René Zavaleta Mercado, de influencia tan honda en el pensamiento político latinoamericano. Yo lo había conocido y frecuentado en México y participé con un ensayo que titula Las sociedades incognoscibles. Según Zavaleta, las sociedades donde no se ha extendido del todo el capitalismo carecen de un modelo de regularidad que permita conocerlas en su integridad. Esa otra zona conjetural, incógnita sólo admitía presunciones, y por eso Zavaleta hablaba de sociedades abigarradas, como la nuestra.
Volví a la lectura de ese ensayo por obligaciones académicas y me encuentro con una pregunta mía que hoy podría entenderse mejor para entender el proceso de cambio que vivimos desde los inicios del siglo. La pregunta dice: ¿Por qué nos empecinamos en mantener un sistema político democrático-burgués si nuestra base económica es una imbricación abigarrada de formas de producción a la cual debería corresponder un entrecruzamiento adecuado de instituciones y prácticas políticas?
Digo que la pregunta es cada vez más pertinente porque la nueva Constitución, que es un hito muy reciente, nos ha confirmado esa presunción. La nueva ley reconoce varias formas de producción, es decir, varios modelos económicos y de propiedad: la economía capitalista, la economía estatal, la economía mixta y el modelo comunitario, además de dos formas de tenencia de la tierra: la propiedad privada con función social y las tierras comunitarias de origen (TCO), que en realidad ya fueron instituidas antes pero hoy se ubican en un contexto que las explica mejor. Esto en lo que se refiere a la base económica, tan abigarrada que las TCO tienen que convivir incluso con el latifundio, no obstante que representan intereses inconciliables. Pero ¿y la superestructura?
La nueva superestructura jurídico política acorde con esa base abigarrada incluye en realidad varias superestructuras no sólo complejas sino también conflictivas. La justicia comunitaria, por ejemplo, rescata una vieja práctica de aplicación de la norma que en algunos casos es más justa y constructiva que el régimen legal importado de Occidente; sin embargo crea ámbitos que rompen la vieja lógica jurídica de Hans Kelsen y van a ser un dolor de cabeza para abogados y jueces. Las TCO tienen una economía comunitaria a la cual corresponden superestructuras comunitarias. Los guaraníes de Tentayape, y esto lo sé por el magnífico documental de Roberto Alem sobre el tema, tienen su propio gobierno, no admiten la educación fundamental, ni siquiera la alfabetización: no admiten servicios de salud ni iglesias, y tienen su cosmovisión, su religión, sus dioses y su forma de vida. Junto a Tentayape se cierne amenazante el Campo Margarita, que seduce a los jóvenes guaraníes con el empleo y la vida occidental, y genera un conflicto en la comunidad. Esos jóvenes se van y pierden su identidad colectiva, mientras el resto de la comunidad la conserva e incluso trata de que los hermanos que emigraron a la zafra argentina se restituyan, porque hoy tienen tierra que alcanza para todos.
Y claro: vienen los juristas formados en el modelo occidental y se rasgan las vestiduras porque la Constitución les parece abigarrada y contradictoria. Pero, volviendo a la preguntita, ¿acaso nuestra base económica no es abigarrada y contradictoria? Y si lo es, ¿por qué tenemos que imitar una superestructura jurídico política que, como dicen los viejos profesores, no concuasa con nuestra realidad?
Los analistas políticos se han vuelto nominalistas, doctores de la ley. Se indignan al comprobar que la vieja República ha sido sustituida por el Estado Plurinacional. Si se restituyeran a su condición de políticos, harían otra cosa, en particular un análisis de coyuntura, un estudio sobre la correlación de fuerzas. Entonces comprenderían que la ley, como el Estado, son productos de la sociedad y corresponden a la fuerza resultante después de una aguda confrontación de fuerzas a veces inconciliables. La lucha, el conflicto, la confrontación son los motores de la historia. La ciencia política se ha prestado un concepto de la Física para analizar esta pugna. En el proceso constituyente ha habido tal anudamiento, tal condensación de intereses contrapuestos que las disputas aisladas mostraron su verdadero tuétano político: vimos claramente que detrás de demandas cívicas como la capitalidad para Sucre, o demandas formales como la ilegalidad de algunos procesos, se desnudaban los intereses políticos ocultos: por un lado, el esfuerzo denodado de la oposición por conseguir el fracaso de la Constituyente, y por otro, el astuto ajedrez del oficialismo por conseguir que se convoque al referéndum, sabiendo que obtendría el respaldo masivo del electorado para promulgar la nueva Constitución. Esa fue una magna lección de ciencia política, pues nos decía que la historia es una sucesión de coyunturas, y que cada coyuntura es una correlación de fuerzas en pugna, y que la fuerza resultante indica la institucionalización de un nuevo orden, que se consagra mediante la ley.
La nueva ley fundamental responde a un psicoanálisis nacional provocado por un estímulo adverso: el neoliberalismo. La crisis general causada por las políticas neoliberales no tuvieron eco en la vieja izquierda, pues el proletariado se desarticuló junto al Estado del 52 y al viejo sector estatal de la economía (que era fundamento de ambos); además, los viejos izquierdistas de la clase media se dejaron cooptar o fueron paralogizados por el novedoso ropaje del gonismo. En ausencia de ellos, el movimiento cocalero se convirtió en el núcleo de los movimientos sociales que se enfrentaron al neoliberalismo y consiguieron que aflorara el indio que todos los bolivianos llevamos adentro. Pero esto es una simplificación, pues adentro no sólo llevamos un indio, sino un mestizo, un español, una carga abigarrada y confusa de información genética y cultural. Por eso alguna vez proclamé con alegría que los cholos somos desconcertantes, porque nuestras reacciones obedecen a una memoria genética y cultural múltiple, y entonces no hay forma de pronosticar nuestro comportamiento.
La superestructura jurídico política que más se acomoda a ese ser multinacional y abigarrado es pues el Estado Multinacional, y no la ficción republicana que vivimos hasta hoy, la cual nos llevó al borde de la esquizofrenia. ¿No vemos acaso a gente de rasgos indígenas que insulta a los cocaleros gritándoles "indios de mierda"? ¿Qué es eso si no es esquizofrenia pura?
Los bolivianos plurinacionales no somos hidalgos de La Mancha, no nos enfrentamos a molinos de viento, tenemos los pies sobre la tierra.
Alguna vez me pregunté quién es más importante, si el caballero loco que sueña cosas imposibles y se enfrenta a fantasmas por el honor de una doncella que no es tal, o el aldeano rollizo que no monta rocín sino prudente asno, que acata esos sueños pero tiene los pies bien puestos sobre la tierra?
Los bolivianos no somos ciudadanos al modo de Occidente, no entendemos un modelo occidental de pago de impuestos para costear el gasto público, desconfiamos de un sistema judicial que traduce nuestros conflictos a un lenguaje críptico que nunca vamos a entender, no somos individuos porque en nosotros laten identidades colectivas, no acatamos los pactos de caballeros porque sólo confiamos en la consulta a la multitud, a las bases, por confusa y contradictoria que sea su respuesta. En fin, somos modernos, incluso globalizados, pero al mismo tiempo somos precapitalistas, prerracionales, prehispánicos,
prejuiciosos y numerosos otros pre.
Si somos así, qué vamos a hacer. En ese sentido, creo que ha sido lo más juicioso conocernos y darnos una Constitución que hasta hoy es la que más corresponde a nuestro ser, que tiene un nombre bíblico: Legión, y un nombre sociológico: Multitud.
Volví a la lectura de ese ensayo por obligaciones académicas y me encuentro con una pregunta mía que hoy podría entenderse mejor para entender el proceso de cambio que vivimos desde los inicios del siglo. La pregunta dice: ¿Por qué nos empecinamos en mantener un sistema político democrático-burgués si nuestra base económica es una imbricación abigarrada de formas de producción a la cual debería corresponder un entrecruzamiento adecuado de instituciones y prácticas políticas?
Digo que la pregunta es cada vez más pertinente porque la nueva Constitución, que es un hito muy reciente, nos ha confirmado esa presunción. La nueva ley reconoce varias formas de producción, es decir, varios modelos económicos y de propiedad: la economía capitalista, la economía estatal, la economía mixta y el modelo comunitario, además de dos formas de tenencia de la tierra: la propiedad privada con función social y las tierras comunitarias de origen (TCO), que en realidad ya fueron instituidas antes pero hoy se ubican en un contexto que las explica mejor. Esto en lo que se refiere a la base económica, tan abigarrada que las TCO tienen que convivir incluso con el latifundio, no obstante que representan intereses inconciliables. Pero ¿y la superestructura?
La nueva superestructura jurídico política acorde con esa base abigarrada incluye en realidad varias superestructuras no sólo complejas sino también conflictivas. La justicia comunitaria, por ejemplo, rescata una vieja práctica de aplicación de la norma que en algunos casos es más justa y constructiva que el régimen legal importado de Occidente; sin embargo crea ámbitos que rompen la vieja lógica jurídica de Hans Kelsen y van a ser un dolor de cabeza para abogados y jueces. Las TCO tienen una economía comunitaria a la cual corresponden superestructuras comunitarias. Los guaraníes de Tentayape, y esto lo sé por el magnífico documental de Roberto Alem sobre el tema, tienen su propio gobierno, no admiten la educación fundamental, ni siquiera la alfabetización: no admiten servicios de salud ni iglesias, y tienen su cosmovisión, su religión, sus dioses y su forma de vida. Junto a Tentayape se cierne amenazante el Campo Margarita, que seduce a los jóvenes guaraníes con el empleo y la vida occidental, y genera un conflicto en la comunidad. Esos jóvenes se van y pierden su identidad colectiva, mientras el resto de la comunidad la conserva e incluso trata de que los hermanos que emigraron a la zafra argentina se restituyan, porque hoy tienen tierra que alcanza para todos.
Y claro: vienen los juristas formados en el modelo occidental y se rasgan las vestiduras porque la Constitución les parece abigarrada y contradictoria. Pero, volviendo a la preguntita, ¿acaso nuestra base económica no es abigarrada y contradictoria? Y si lo es, ¿por qué tenemos que imitar una superestructura jurídico política que, como dicen los viejos profesores, no concuasa con nuestra realidad?
Los analistas políticos se han vuelto nominalistas, doctores de la ley. Se indignan al comprobar que la vieja República ha sido sustituida por el Estado Plurinacional. Si se restituyeran a su condición de políticos, harían otra cosa, en particular un análisis de coyuntura, un estudio sobre la correlación de fuerzas. Entonces comprenderían que la ley, como el Estado, son productos de la sociedad y corresponden a la fuerza resultante después de una aguda confrontación de fuerzas a veces inconciliables. La lucha, el conflicto, la confrontación son los motores de la historia. La ciencia política se ha prestado un concepto de la Física para analizar esta pugna. En el proceso constituyente ha habido tal anudamiento, tal condensación de intereses contrapuestos que las disputas aisladas mostraron su verdadero tuétano político: vimos claramente que detrás de demandas cívicas como la capitalidad para Sucre, o demandas formales como la ilegalidad de algunos procesos, se desnudaban los intereses políticos ocultos: por un lado, el esfuerzo denodado de la oposición por conseguir el fracaso de la Constituyente, y por otro, el astuto ajedrez del oficialismo por conseguir que se convoque al referéndum, sabiendo que obtendría el respaldo masivo del electorado para promulgar la nueva Constitución. Esa fue una magna lección de ciencia política, pues nos decía que la historia es una sucesión de coyunturas, y que cada coyuntura es una correlación de fuerzas en pugna, y que la fuerza resultante indica la institucionalización de un nuevo orden, que se consagra mediante la ley.
La nueva ley fundamental responde a un psicoanálisis nacional provocado por un estímulo adverso: el neoliberalismo. La crisis general causada por las políticas neoliberales no tuvieron eco en la vieja izquierda, pues el proletariado se desarticuló junto al Estado del 52 y al viejo sector estatal de la economía (que era fundamento de ambos); además, los viejos izquierdistas de la clase media se dejaron cooptar o fueron paralogizados por el novedoso ropaje del gonismo. En ausencia de ellos, el movimiento cocalero se convirtió en el núcleo de los movimientos sociales que se enfrentaron al neoliberalismo y consiguieron que aflorara el indio que todos los bolivianos llevamos adentro. Pero esto es una simplificación, pues adentro no sólo llevamos un indio, sino un mestizo, un español, una carga abigarrada y confusa de información genética y cultural. Por eso alguna vez proclamé con alegría que los cholos somos desconcertantes, porque nuestras reacciones obedecen a una memoria genética y cultural múltiple, y entonces no hay forma de pronosticar nuestro comportamiento.
La superestructura jurídico política que más se acomoda a ese ser multinacional y abigarrado es pues el Estado Multinacional, y no la ficción republicana que vivimos hasta hoy, la cual nos llevó al borde de la esquizofrenia. ¿No vemos acaso a gente de rasgos indígenas que insulta a los cocaleros gritándoles "indios de mierda"? ¿Qué es eso si no es esquizofrenia pura?
Los bolivianos plurinacionales no somos hidalgos de La Mancha, no nos enfrentamos a molinos de viento, tenemos los pies sobre la tierra.
Alguna vez me pregunté quién es más importante, si el caballero loco que sueña cosas imposibles y se enfrenta a fantasmas por el honor de una doncella que no es tal, o el aldeano rollizo que no monta rocín sino prudente asno, que acata esos sueños pero tiene los pies bien puestos sobre la tierra?
Los bolivianos no somos ciudadanos al modo de Occidente, no entendemos un modelo occidental de pago de impuestos para costear el gasto público, desconfiamos de un sistema judicial que traduce nuestros conflictos a un lenguaje críptico que nunca vamos a entender, no somos individuos porque en nosotros laten identidades colectivas, no acatamos los pactos de caballeros porque sólo confiamos en la consulta a la multitud, a las bases, por confusa y contradictoria que sea su respuesta. En fin, somos modernos, incluso globalizados, pero al mismo tiempo somos precapitalistas, prerracionales, prehispánicos,
prejuiciosos y numerosos otros pre.
Si somos así, qué vamos a hacer. En ese sentido, creo que ha sido lo más juicioso conocernos y darnos una Constitución que hasta hoy es la que más corresponde a nuestro ser, que tiene un nombre bíblico: Legión, y un nombre sociológico: Multitud.
Texto y foto: BOLPRESS
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