EDWIN CONDE VILLARREAL
Algunos investigadores coiniciden que la mayor obra de arte rupestre mágico-religiosa y ceremonial de Latinoamérica y el mundo, es en una imponente mole de piedra, de 200 m de largo por 60 m de ancho, labrada en su totalidad, en alto y bajo relieve, ubicada en el Fuerte de Samaipata de Santa Cruz, declarado Patrimonio de Humanidad en 1998.
Con una variedad de canales, recipientes y figuras zoomorfas, sobresalen de la roca, felinos en estilo naturalista, un ñandú y una serpiente enroscada.
Las ceremonias que se efectuaban en la gran roca sagrada del Fuerte de Samaipata, se remontan a miles de años atrás, incluso más antes que el desarrollo de Tiwanaku.
Uno de los felinos, quizás el más representativo de la región amazónica, el jaguar (Phantera onca), fue considerado sagrado y ritual para las civilizaciones prehispánicas.
Los arqueólogos coiniciden con la afirmación por la relación existente entre objetos ceremoniales que fueron elaborados con la piel del preciado jaguar. Un grupo de piezas ceremoniales, descubierto en las alturas de Amaguaya, en las montañas de la Cordillera Real, estaba envuelto en la piel del felino del Amazonas.
Las leyendas de los pueblos de tierras bajas mencionan, también al animal como sagrado y que frecuentaba la cúspide de la roca para divisar desde ese lugar a sus presas.
En la cúspide, un conjunto de tallas geométricas que semejan asientos, se conoce como el Coro de los sacerdotes, y es interpretado como una representación astral. Los canales zigzagueantes de la roca, que representan a la fauna local, entre ellos a los felinos, es notorio en sus tallas poco profundas, el serpenteo y el efecto de retén sugieren que servía para el flujo ceremonial de líquidos.
Se destacan también dos piscinas colectoras. Cortando la roca se aprecian dos muros incaicos de piedra, sobrepuestos a labrados amazónicos previos. Este aspecto también demuestra que en el lugar también existieron asentamientos de los grupos étnicos de la región amazónica. “La enorme roca esculpida, que domina las ruinas, constituye un testimonio excepcional de existencia de culturas ricas en tradiciones religiosas, cuyas esculturas, altamente elaboradas, son la obra mayor de arquitectura y escultura rupestre prehispánica de la región andina”, dice la investigadora María de los Ángeles Muñoz Collazos quien realizó estudios recientes en el sitio.
Alcide D’Orbigny, entre 1830 al 1832, levantó un plano esquemático de la roca esculpida, gracias al cual se sabe que existían figuras hoy desaparecidas.
La roca de un material deleznable corre el riesgo de desgastarse si no se asume un plan de arqueología de salvataje. Inicialmente se planteaba, cuando aún se podía subir sobre la roca, plastificar la piedra. Se innovó una pasarela para caminar sobre ella y evitar desgastar los tallados de Samaipata. Pero beneficiaría al sitio y otros, el planteamiento de una política de conservación del patrimonio arqueológico.
Algunos investigadores coiniciden que la mayor obra de arte rupestre mágico-religiosa y ceremonial de Latinoamérica y el mundo, es en una imponente mole de piedra, de 200 m de largo por 60 m de ancho, labrada en su totalidad, en alto y bajo relieve, ubicada en el Fuerte de Samaipata de Santa Cruz, declarado Patrimonio de Humanidad en 1998.
Con una variedad de canales, recipientes y figuras zoomorfas, sobresalen de la roca, felinos en estilo naturalista, un ñandú y una serpiente enroscada.
Las ceremonias que se efectuaban en la gran roca sagrada del Fuerte de Samaipata, se remontan a miles de años atrás, incluso más antes que el desarrollo de Tiwanaku.
Uno de los felinos, quizás el más representativo de la región amazónica, el jaguar (Phantera onca), fue considerado sagrado y ritual para las civilizaciones prehispánicas.
Los arqueólogos coiniciden con la afirmación por la relación existente entre objetos ceremoniales que fueron elaborados con la piel del preciado jaguar. Un grupo de piezas ceremoniales, descubierto en las alturas de Amaguaya, en las montañas de la Cordillera Real, estaba envuelto en la piel del felino del Amazonas.
Las leyendas de los pueblos de tierras bajas mencionan, también al animal como sagrado y que frecuentaba la cúspide de la roca para divisar desde ese lugar a sus presas.
En la cúspide, un conjunto de tallas geométricas que semejan asientos, se conoce como el Coro de los sacerdotes, y es interpretado como una representación astral. Los canales zigzagueantes de la roca, que representan a la fauna local, entre ellos a los felinos, es notorio en sus tallas poco profundas, el serpenteo y el efecto de retén sugieren que servía para el flujo ceremonial de líquidos.
Se destacan también dos piscinas colectoras. Cortando la roca se aprecian dos muros incaicos de piedra, sobrepuestos a labrados amazónicos previos. Este aspecto también demuestra que en el lugar también existieron asentamientos de los grupos étnicos de la región amazónica. “La enorme roca esculpida, que domina las ruinas, constituye un testimonio excepcional de existencia de culturas ricas en tradiciones religiosas, cuyas esculturas, altamente elaboradas, son la obra mayor de arquitectura y escultura rupestre prehispánica de la región andina”, dice la investigadora María de los Ángeles Muñoz Collazos quien realizó estudios recientes en el sitio.
Alcide D’Orbigny, entre 1830 al 1832, levantó un plano esquemático de la roca esculpida, gracias al cual se sabe que existían figuras hoy desaparecidas.
La roca de un material deleznable corre el riesgo de desgastarse si no se asume un plan de arqueología de salvataje. Inicialmente se planteaba, cuando aún se podía subir sobre la roca, plastificar la piedra. Se innovó una pasarela para caminar sobre ella y evitar desgastar los tallados de Samaipata. Pero beneficiaría al sitio y otros, el planteamiento de una política de conservación del patrimonio arqueológico.
Texto y foto: Cambio
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