domingo, 23 de agosto de 2009

Diálogo de Víctor Zapana con la eternidad pétrea


El escultor aymara que nació entre el agua y la piedra, en Copacabana, dedicó su vida a esos materiales que inspiraron su arte.

El maestro escultor y docente de la carrera de Artes, Víctor Zapana (fallecido en 1997), nacido en Copacabana, dialogaba con las piedras, pedía permiso a la Pachamama para iniciar el primer golpe, en su mente ya estaba concebida la forma que iba trabajando con una tiza marcando la roca, escribe Édgar Arandia en un comentario publicado en la revista de arte contemporáneo OtroArte, que dedica su edición a la obra escultórica del copacabaneño.

Zapana, el gran maestro escultor, hablaba del sonido que debía mantener al esculpir, una melodía para que la obra avance y no se corra el riesgo de quebrarse, convirtiendo el esfuerzo en vano. El artista era extremadamente cuidadoso con la concepción de la base, era el primer factor que decidía para erigir la forma.

Arandia, también artista y antropólogo, actual director del Museo Nacional de Arte (MNA), relata que el conocimiento del maestro escultor de la variedad de piedras era intenso, las piedras macho y piedras hembra eran usualmente reconocidas golpeándolas suavemente con el cincel y acariciando circularmente cada una de ellas.

Los granitos y basaltos, las areniscas y otras variedades las recogía del río que recorre cerca de su vivienda en Següencoma, el lugar de abastecimiento más importante.

Zapana vivía a metros de este inmenso depósito natural, admiraba ya las formas hechas por el agua y al rodar de miles de años de este material que él consideraba la memoria del mundo. Es innegable que para el mundo indígena aymara la piedra es equivalente a una piel donde se deja la memoria, escribe Arandia.

Víctor Zapana, que dejó su hogar a orillas del lago Titicaca a sus nueve años, escuchó las leyendas de Tunupa, la divinidad que controlaba el fuego, el trueno y el rayo; a partir de entonces sus obras se sucedieron sin descanso. En 1966 su matrimonio con Juana Hannover y el nacimiento de sus tres hijas: Susana, Sofía y Virginia fueron un impulso extraordinario, amante de su familia y comprometido con los espacios y las formas que su cultura le permitóia producir sin descanso. Arandia cuenta del encuentro con Zapana en 1997, cuando el escultor en su lecho, a sus 71 años, pidió hacer algo por los artistas aymaras. Eso motivó a iniciar la Bienal de Escultura en Piedra en Tiwanaku en 2008. La mística que provoca la piedra permitió a Zapana dialogar con la eternidad pétrea que reflejó en su arte.

Texto: Cambio

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