viernes, 16 de octubre de 2009

Descolonización: del aislamiento al intercambio fluido


Para continuar con esta serie de apuntes sobre descolonización, en el presente artículo haré referencia a una estrategia clave de la invasión colonial: el aislamiento de las culturas originarias para evitar intercambios entre ellas.

La estrategia colonial de dominación operó también a través de provocar el aislamiento de las diversas culturas originarias. Se buscó que el contacto, el intercambio y las relaciones existentes desde antes de la invasión europea, se cortaran de manera que el vínculo ocurriera únicamente entre la cultura colonial y cada una de las culturas originarias o llegada con la esclavitud de manera separada e inconexa –además en un contexto asimétrico de dominación-.

La ruptura de la circulación cultural entre aquellas que se encontraban en situación de dominadas o “colonizadas”, servía para erosionar aún más la posibilidad de seguir “desarrollándose” en la medida que el brote de lo nuevo o lo inédito dentro de cada cultura, depende en gran parte del intercambio, de los encuentros complementarios y los desencuentros tensos con otras culturas.

Al concentrarse la mayor parte de esos intercambios culturales casi con exclusividad hacia la cultural colonial dominante y al tener ésta última una actitud de imposición y de desprecio sobre las culturas locales, las trayectorias propias para la regeneración y recreación permanente de sus saberes, conocimientos, formas de vida y valores se vio bastante trabada y tuvo que realizarse bajo formas de resistencia, enmascaramiento o penetración en las formas coloniales.

Los saberes, conocimientos, maneras de establecer la convivencia y sistemas éticos o estéticos aceptados oficialmente, que además tienen mecanismos institucionalizados de fomento a su circulación, se restringen a los que proceden del poder central externo. Se “baja” esos saberes y conocimientos como las nuevas verdades a ser aceptadas por todos y todas, se procura la “civilización” del otro a través del acceso a esas “ciencias” llegadas de afuera.

Sin embargo, a pesar de esta política que intentó cortar los circuitos de circulación y distribución de los aportes culturales locales, los pueblos originarios y los traídos como esclavos lograron tejer redes más allá de las oficiales, de manera que el compartir siguió siendo continúo, aunque muchas veces se tuvo que apelar al enmascaramiento y disfraz colonial para evitar la persecución y censura. Esas redes de intercambio fueron fundamentales para los procesos de resistencia cultural durante el poder colonial y su secuela republicana, pero al mismo tiempo es evidente que esas relaciones interculturales, más o menos equitativas entre culturas subalterizadas –no excentas de tensiones y conflictos-, se debilitaron y no tienen el vigor suficiente como para disputar en condiciones más equitativas el estatuto de saberes y conocimientos socialmente aceptados como válidos en el escenario de lo que se considera correcto desde la academia y los sistemas educativos.

Incluso las corrientes de educación intercultural surgidas en pleno auge de los modelos neoliberales solo contemplaron, en la práctica, el establecimiento de relaciones entre la “cultura dominante” y cada una de las culturas subalterizadas por separado, sin tomar en cuenta la relación entre culturas originarias. Así la sociedad, los procesos culturales oficiales y los modelos educativos con los que vivimos desde la herencia colonial y luego en el estado republicano, no contemplaron mecanismos y dispositivos para intercambios culturales entre las culturas indígenas sin necesidad de la mediación de la cultura dominante y es más, actuaron como agentes de erosión de esas relaciones.

Una nueva Bolivia, con procesos sociales y educativos descolonizadores, debería considerar el establecimiento de mecanismos y dispositivos que permitan esos intercambios de manera que la interculturalidad sea multidireccional, ocurra en diferentes sentidos y facilite la vigorización de esas otras formas de saber y conocimiento que negocien en condiciones más equitativas con lo considerado “científico” y con las formas de convivencia aceptadas como “normales o correctas” -incluso en el campo de la ética y la estética- en el mundo contemporáneo.

Se trata de reaprender nuestra compleja diversidad y volcarla intencionadamente en el país que va brotando desde la Constitución de un Estado plurinacional de manera que lo “oficial” sea en realidad un campo abigarrado de encuentros e intercambios que recompongan y desafíen permanentemente nuestras certezas.

Texto y foto: kaosenlared

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