viernes, 9 de octubre de 2009

Saluden a Papá y mándenlo a la inmortalidad


Por Coco Cuba

La Higuera, Santa Cruz (Bolivia), 9 oct (ABI) – “Hola, Saturno, tenemos a Papá”, decía el mensaje cifrado y transmitido por radio desde La Higuera, a 200 km de Vallegrande y a más de 400 km de Santa Cruz, la noche del 8 al 9 de octubre de 1967 cuando una formación del Ejército capturó con vida, cerca de los caseríos de El Yuro o El Churo, al comandante rebelde argentino cubano Ernesto Che Guevara, en medio de la selva del sudeste de Bolivia.

La respuesta, también por radio, llegó cerca de media hora después. Una atmósfera tenebrosa envolvía el poblado de La Higuera, cuya pequeña escuelita era vigilada sin resuello por grupos de hombre uniformados. El pueblo, montado sobre un contrafuerte de la cordillera de los Andes, semejaba, ese día, un emplazamiento militar.

“Saluden a Papá”, dijo una voz metálica, después de que los tres hombres fuertes del gobierno boliviano de entonces, René Barrientos, Alfredo Ovando y Juan José Torres, deliberaran, a más de 1.400 km de El Yuro, en el Palacio Quemado, en La Paz, el dilema de matar a un hombre y redimirse ante la historia.

Esas dos frases se han impreso a sangre y fuego en la historia latinoamericana del siglo XX.

Ernesto Guevara de la Serna nació en la argentina Rosario el 14 de junio de 1928. Médico de profesión y revolucionario congénito. Aventurero y viajero incombustible. Un accidente en la niñez le dejó el asma por secuela. Se unió a un grupo de revolucionarios cubanos liderado por un joven abogado, Fidel Castro, a quien conoció en México al amanecer de los ’50 y con quien, montado en el yate Gramma. se emplazó en la Sierra Maestra hasta tomar La Habana y correr al dictador Fulgencio Batista en el Año Nuevo de 1959.

Presidente del Banco Central de Cuba y ministro de Industrial, además de cortador de caña en sus días de ocio, el Che contribuyó a sentar la revolución en la isla comunista y un día de noviembre de 1966 partió a la inmortalidad, a Bolivia, con la intención de expandir, desde el corazón geográfico del continente, la revolución internacionalista.

Venía de escribir en la selva congolesa, la “historia de un fracaso”.

Bajo la apariencia de un comerciante de apellido Mena, de cabellera incipiente y prominentes anteojos, desembarcó en el puerto de Antofagasta, y salió por Oruro a La Paz, en uno de cuyos hoteles se alojó por espacio de 36 horas, lapso después del que partió a la ignota hacienda de Ñancahuazu, en la frontera de los departamentos de Chuquisaca y Santa Cruz.

Desde ese punto en el sudeste boliviano, estratégica y geopolíticamente posicionada en el centro de Sudamérica, comenzó a enhebrar una guerrilla y la historia del guerrillero más célebre y celebrado de la historia.

La agencia de inteligencia de EEUU le había perdido pisada desde hacía algunos años, en concreto desde que se metió en el Congo para acometer similar empresa a la que intentaba montar en Bolivia.

El primer aviso de su presencia en Sudamérica lo entregó el francés Regis Debray, que contactó a Guevara en Ñancahuazu y que fue capturado por el Ejército boliviano en marzo de 1967. Desde entonces el mundo y los intereses políticos imperantes volcaron sus miradas sobre la desconocida Bolivia.

Hasta el 30 de agosto de 1967, cuando la retaguardia de su formación fue abatida en Vado del Yeso, un paraje selvático surcado por un río, donde cayeron el boliviano Coco Peredo, la alemana Tania Bauer y el veterano de Sierra Maestra, Vitalio Núñez Acuña, mejor conocido por su nombre de guerra, “Joaquín”, la guerrilla del Che se encontraba compacta y había salido airosa de varias escaramuzas con las fuerzas regulares bolivianas.

Todo setiembre de ese año fue un peregrinar de comarca en comarca, en busca de alimentos y medicamentos para olvidar los ataques de asma, el hambre y la sed que engrosa exponencialmente la lengua y hace saltar los ojos de las cuencas, en medio de delaciones y mientras el Ejército boliviano, que debió sacrificar a algunas decenas de efectivos, hasta cercarlo en El Yuro, le estrechaba el cerco.

El 8 octubre, libró la última batalla de su vida. Cayó herido en una refriega, la última, con el Ejército boliviano, la última de su vida.

Mal herido como estaba, fue tomado por el entonces capitán boliviano Gary Prado Salmón. El oficial le pidió una explicación por la vía violenta que había decidido seguir para imponer sus ideas. La respuesta fue una tromba con vaselina. Guevara le pidió a Prado echarse una mirada, vestido en traje de guerra y armado hasta los dientes.

Cerca de la media noche, lo más probable entrado ya el 9 de de octubre, un oscuro soldado boliviano, Mario Terán, fue “el elegido”. Los “mandos superiores” lo mandaron a los estiércoles del infierno: a matar al Che.

Entró a la escuelita, en realidad una habitación vetusta y casi longilínea, y se quedó paralogizado en la puerta, arma en ristre. Volvió sobre sus pasos e hizo escurrir por su garganta alborotada, más engulló, una botella de alcohol para cobrar valor.

Volvió, empujó la batiente y se heló cuando el Che, que respiraba ya con dificultad estentórea le dijo: “ha venido a matarme, póngase firme y apunte bien·”.

Terán cerró los ojos, hizo crujir los molares de tanto que los presionó de arriba para abajo y tiró del gatillo.

Mandó al “balbudo” a la inmortalidad, lo perpetuó en el tiempo, lo santificó lejos del Vaticano, lo convirtió en mito y leyenda.

Treinta años más tarde fueron a rescatar sus osamentas de una fosa común clandestina en la pista del aeródromo de Vallegrande, en el piletón de cuyo hospital mostraron, el 9 y 10 de octubre de 1967, su cadáver a manera de escarmiento, y lo mandaron a descansar a la cubana Santa Clara, la tierra donde combatió y triunfó.

La Higuera es, poco más o menos, el misérrimo pueblo que hace 42 años se ancló en la historia. Lo distingue una enorme efigie de San Ernesto, un hospital de médicos cubanos, que han acercado los servicios de salud a los pobres del lugar y algunas construcciones comunales de material noble, un pequeño mercado/comedor en una jaula tejida de alambres de plomo y, por supuesto, luz y agua corrientes, teléfono y televisión.

Texto y foto: ABI

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