miércoles, 16 de septiembre de 2009

Evo cierra una vieja herida: Discurso de Leganés


En el capítulo XVII de la Historia General de las Indias (1554), el clérigo Francisco López de Gómara describe cómo Cristóbal Colón, de regreso a España tras su primer viaje al continente que años después recibiría el nombre de América, se trasladó desde Palos a Barcelona, donde por entonces se encontraban los Reyes Católicos. “Mas aunque el camino era largo y el embarazo de lo que llevaba mucho, fue muy honrado y famoso, porque salían a verle por los caminos a la fama de haber descubierto otro mundo y traer de él grandes riquezas y hombres de nueva forma, color y traje”. Sólo seis de aquellos hombres, entonces extraños para la vieja Europa, habían sobrevivido a la travesía. “Los seis indios se bautizaron, que los otros no llegaron a la corte; y el rey, la reina y el príncipe don Juan, su hijo, fueron los padrinos, por autorizar con sus personas el santo bautismo de Cristo en aquellos primeros cristianos de las Indias y Nuevo Mundo”.

Estos hechos ocurrieron en marzo de 1493, hace ahora exactamente 516 años y 5 meses, los mismos que han debido transcurrir para que un descendiente de aquellos seres infelices repita el mismo viaje a modo de desagravio, ya no en calidad de cautivo sin voz, sino como presidente lenguaraz de una república que, por fin, ha roto los últimos vínculos con el colonialismo. Evo Morales, un indígena boliviano de origen aymara, ha devuelto el golpe a la madrastra patria en representación de todos sus hermanos que sufrieron y siguen sufriendo las últimas consecuencias de aquella empresa. Es de señalar que lo ha hecho sin rencor, con los brazos tendidos, pero enumerando sus verdades alto y fuerte ante cinco mil latinoamericanos de casi todas las repúblicas y un buen puñado de españoles entusiastas. El lugar escogido para el discurso posee un claro simbolismo: Leganés no es la corte de aristócratas que da cobijo a la rancia monarquía aún reinante en el país, sino una populosa ciudad obrera de 200.000 vecinos situada en el cinturón industrial de Madrid. El domingo pasado, 13 de septiembre, el ayuntamiento de Leganés puso a la disposición del dignatario aymara su moderna plaza de toros –la Cubierta– para que en ella hablara a su antojo. Y vaya si lo hizo, con tono siempre respetuoso pero firme.

Ya desde las cinco de la tarde las gradas de la Cubierta empezaron a llenarse. Había banderas de todos los colores, hoces y martillos, pancartas reivindicativas, saludos al compañero Evo y homenajes a la revolución indígena, comunitaria, intercultural y plurinacional boliviana. Para caldear el ambiente, hubo un vistoso espectáculo de danzas folclóricas andinas, de Perú, Ecuador y Bolivia, que concluyeron con una felicísima diablada. Y, por fin, llegó al escenario Evo Morales. Sonó el himno nacional de Bolivia, que escuchó con el puño izquierdo en alto y la mano derecha sobre el corazón. Más tarde, Rafael Gómez Montoya, alcalde de Leganés; la escritora Rosa Regàs; Federico Mayor Zaragoza, antiguo director de la UNESCO, y Carmen Almendras, embajadora de Bolivia en España, dieron por turnos la bienvenida al primer jefe de Estado de América sin sangre blanca en las venas. Y cuando Evo Morales se adelantó al micrófono para pronunciar su discurso, el ambiente era ya tan festivo que, a partir de entonces y hasta que lo concluyó, no cesaron las ovaciones y los aplausos. El público bebía literalmente sus palabras, pues ya iba siendo hora de que en esta Europa sin ideas –tan correcta y domesticada que ninguno de sus dirigentes se atreve a alterar la prédica aprendida durante siglos de falsa superioridad moral– un indígena de la antigua colonia, hoy investido de responsabilidades estatales, llamara a las cosas por su nombre y dijese lo que todos ellos saben (pero nunca dicen) del colonialismo, la explotación, el saqueo, el racismo, el capitalismo, el imperialismo y la destrucción medioambiental.

Evo Morales demostró ser un cálido orador, exuberante de carisma. Su exótico español es un bálsamo popular y un revulsivo para puristas. Se hace querer, y cuánto. Habló y habló sin leer una sola cuartilla, por sus labios fluía libre la savia de Cuauhtémoc, Atahualpa, Tupac Amaru, Camilo Torres y el Che, que las raíces de su pueblo han recibido de la pachamama como alimento espiritual y, cuando dio las gracias finales a un público extático, las gradas fueron delirio y la plaza de toros de Leganés un trozo imprevisto de Bolivia. El antiguo sindicalista cocalero, educado en la escuela de la pobreza, había hecho diana en pleno corazón de la antigua metrópoli… sin espada ni cruz y sin derramar una sola gota de sangre, únicamente con el arma de la palabra. Vino, vio y venció.

El resto de su visita, lunes y martes, los ha dedicado a asuntos protocolarios, convenios económicos y diplomacia, quizá ineludibles en el mundo de la política oficial, pero de fácil archivo en el cajón de lo cotidiano. En cambio la noche mágica de Leganés sí que fue inolvidable y merece entrar con todos los honores en el panteón de la Historia, pues cerró una vieja herida que España había infligido cinco siglos atrás en la dignidad de las mujeres y los hombres de América, cuando en un viaje desde Palos a Barcelona humilló a seis indios cautivos y les negó el derecho a decir lo que pensaban de un atropello tan injusto.

Que lo sepa el neocolonialismo español y sus multinacionales: aquellos indios mudos hoy ya tienen una voz redentora, la voz del Discurso de Leganés.

Texto: Visiones Alternativas
Imagen: pcpe.es

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